Sobre el comedor hay dos fotos de cuando se casaron. Ella vestida de blanco y él, en un traje a la moda color azul, “han pasado 51 años ya desde que nos tomaron esa foto, fue uno de los mejores momentos de mi vida” así lo expresa Margarita, que a sus 69 años es la encargada de hacer todas las diligencias del hogar.
A los 71 años, Gabriel, esposo de Margarita, ha perdido las fuerzas para mantenerse en pie, y el destino le ha obligado a estar sentado en una improvisada silla de ruedas, hecha con una silla Rimax, ruedas de coche y palos de escoba. Su voz también se vio afectada por la edad, por más que intente transmitir un mensaje, no lo logra.
“¿Familia? Claro que sí, mi familia está acá, sólo nosotros dos, Gabriel y yo”, me dice Margarita, cuatro semanas después de haberme conocido, parada en la puerta sin dejarme entrar.
Cuando te falta alguien, tal vez te sientes solo. A veces se vuelve imposible olvidar, pero en otras, aprendes que del recuerdo no se vive, y eso lo tiene bien claro Margarita.
UN HIJO QUE SE LLEVÓ EL TIEMPO
Poco a poco la vida se va convirtiendo en un laberinto.
Juan Antonio Gil Franco

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Martes, 7 Junio 2016
TEXTO Y FOTOGRAFÍA: JUAN ANTONIO GIL FRANCO
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En la basura, fotos rotas, en ellas, su hijo, al que algunos vecinos llaman Fernando y otros Mario, lo sorprendente es que ninguno de los viejos se acuerda del nombre, “No era necesario botarlas, pero para nosotros ya significaban un estorbo. Estorbo de tener algo que nunca fue nuestro”-dice Margarita. Él se fue para Canadá hace 24 años, cuando apenas tenía 21 y encontró una oportunidad buena de trabajo. “desde eso Gabriel no lo ha vuelto a ver, y tampoco sabe nada de él”, dice Rosa, vecina de él.
¿Fernando o Mario? La verdad no me acuerdo del nombre. -Dice Margarita, mirando hacia el cielo, sentada en una butaca y sin gaguear-. Nosotros lo olvidamos y ya no lo consideramos parte de nuestra familia, un día fuimos tres, pero la verdad es que siempre fuimos Gabriel y yo, lo dice Margarita volviendo de la cocina, luego de que se levantó a hacerle café a Gabriel, hablando despreocupada, pero esta vez, mirándome fijamente.
Viven en el barrio La Nueva Tebaida, uno de los lugares más peligrosos del municipio de La Tebaida, Quindío. En este barrio se encuentra droga, delincuencia, violencia, prostitución, pobreza y hasta abandonos, pero no solo de niños, sino de ancianos que están enfermos y han dejado de existir para sus familias. Personas que fueron grandes seres, tal es el caso de Gabriel, que de joven fue un jardinero, un hombre al que buscaban las personas para que les diera vida a las plantas, él junto con Mario, un viejo amigo que tiene su hogar en el cielo, eran los encargados de mantener el parque principal siempre con el toque natural. Por su parte Margarita trabajó en varios restaurantes del municipio, siempre con buenas referencias y con una sazón inigualable, así lo dice Carmen, ex dueña del restaurante la Casona en La Tebaida, “La comida de ella era deliciosa, no sé por qué dejó de cocinar”.
Hoy reciben el subsidio del adulto mayor, apoyo al que accedieron gracias a la gestión de un primo de Gabriel, y diciendo que no tenían hijos.
De eso viven hoy, en una casa llena de corotos, estrecha, en la que una agua de panela es el desayuno y una arepa la comida, entre miseria y sin amparo, reciben sus $140.000 cada dos meses. Con eso, logran comprar algo de comer, y cubrir los tantos gastos que el gobierno colombiano ha impuesto a los pobres, para llenar más, el bolsillo de los ricos.
He intentado obtener el nombre completo del hijo con personas ajenas a la familia, pero que la conocen desde hace tiempo, sin embargo, se ha hecho imposible, pues me contestan con duda y me dan diferentes nombres, ninguno concuerda. Comprendo que los viejos por su edad y por su memoria, no recuerden el nombre, pero el primo, porque no quiere tener problemas. Pero, ¿problemas de qué?
Al primo solo lo he visto una vez, lo encontré por casualidad, fue un día en el que íbamos a entregarle la comunión a los ancianos enfermos del barrio Nueva Tebaida. Él se encontraba en la casa de Gabriel, y fue ahí donde le pregunte por el hijo de ellos. “Yo veo que sube fotos en su Facebook y que todavía está vivo pero nunca me habla, cuando yo le escribo no me responde”.
Luego de eso, evadió cada pregunta que le hacía sobre el tema y fue difícil que contestara a todo con seguridad. “…no creo que sea conveniente darle el nombre de él, no es mi responsabilidad y tampoco quiero meterme en problemas…”. Tanto así que de un momento a otro dijo adiós y se fue rápido de la casa de Gabriel.
Él era un niño muy inquieto, pero estudioso, nunca tuvimos queja de él en el colegio, le gustaba mucho el fútbol aunque era malo, jugaba de defensa y todos los balones se le pasaban, pero bueno, lo importante era que lo disfrutaba, dice Margarita al ver pasar unos niños con un balón por la calle.
Tal vez Gabriel escuche lo que hablamos, con sus gestos intenta decir algo, pero no se le entiende, tal vez sea consciente de lo que pasa, de qué fue abandonado, de que el hijo al que tanto amó, cuidó y educó, lo haya olvidado en el pasar de los años.
Luego de media hora de haber hablado con Margarita sobre su vida del pasado, me muestra una carta que le escribió Gabriel antes de casarse y que Margarita me leyó entre sonrisas y algunas lágrimas.
“Mi querida señora de ojos negros y vestido rosa… le prometo que le daré la mejor vida, y cuando tengamos nuestros hijos, los veremos crecer y salir adelante, para que ellos cuiden de usted y tal vez de mi… Espero dulce señora que su vida sea tan romántica como esta carta que un humilde cortador de flores escribe para usted…”. Esto era algo de lo que decía la carta que Gabriel le escribió a Margarita.
En varias de las visitas que he hecho a la casa de Margarita, me he dado cuenta que han perdido toda claridad en sus recuerdos, son imágenes flotantes no muy claras, es decir, pueden decirme algo pero no muy segura de sí fue así o no.
Algo recurrente en lo que dice Margarita, es que después de todos los esfuerzos que hicieron ella y su esposo por darle lo mejor, su hijo se haya ido para nunca regresar, y lo peor, que no se hubiera comunicado para preguntar cómo estaban, si seguían o no con vida.
En la casa de ellos no hay ningún registro de su paso por la tierra, ellos no saben dónde están sus documentos. El primo, del que no tienen siquiera un número telefónico, es el encargado de hacer las diligencias en el caso de los apoyos. “Sin falta él nos trae la plata que nos llega, pero viene, nos saluda, nos entrega la plata y se va, claro que para qué se queda… uno bien pobre y sin nada que ofrecerle”. Aunque es una situación dura, no es muy lejana de la que viven muchas personas en el país o en el mundo, pero el hecho de que no consideren a un hijo como tal, que lo hayan borrado de su corazón y su memoria, es un caso que supera límites.
“Nosotros nos olvidamos de él, porque él se olvidó primero de nosotros” -Margarita.
“Si Nos preguntaran hoy si nos interesaría volver a ver a nuestro hijo, diríamos que sí pero no como tal, no como un hijo”.
“A medida que pasa el tiempo, los recuerdos se van borrando, en la memoria solo quedarán pedazos de una vida a la que nunca regresarán, y si lo hacen, no serán iguales”, comentó la psicóloga de la alcaldía municipal Martha Acuña, cuando se le preguntó sobre qué representa el olvido en las personas ancianas.
“Ellos han estado ahí por años, Gabriel ha perdido la movilidad y es por eso que Margarita se encarga de hacer las diligencias del hogar. No todo, hace lo que puede, limpiar y de pronto lavar, si necesita ir a comprar algo al centro, nos pide el favor a alguno de los vecinos” expresa Sandra, una vecina, en tono de preocupación pero firme y sosteniendo la mirada en la mía.
La puerta de la casa está cerrada la mayor parte del tiempo, solo la abren para cuando Gabriel quiere ver qué pasa afuera, sentado en su silla de ruedas.
Han perdido todo, menos la sonrisa, la sonrisa de Gabriel es enorme cuando ve a la hermana Tina cada viernes, cuando va y le reparte la comunión, y la de Margarita, es porque sabe que cada semana tiene “una visita mandada por Dios”.
“Es normal ver que los padres extrañen a sus hijos, pero luego de tanto tiempo de soledad, un hijo se hace olvido”, con esta frase termina la reunión de 15 minutos con la psicóloga Acuña.
Colombia presentó para el año de 2015, una abultada cifra de 1.378 casos de ancianos abandonados que deambulan por la calle. Ubicándose en el tercer lugar a nivel de Latinoamérica, por detrás de Brasil y Paraguay. Bogotá, la ciudad colombiana con más casos reportados (300), desde el mes de enero hasta agosto, seguida por Antioquía, Cali y Manizales.
El departamento del Quindío se ubica en la casilla seis, reportando 107 casos de personas abandonadas que superan los 60 años. Siendo Armenia, el municipio con un poco más de la mitad de los casos (56). La Tebaida, Circasia, Quimbaya y Montenegro la siguen en la escala de abandonos.