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CRÓNICAS

MEMORIA DE UN CRIMEN

Yisel Johana Pulgarín Pérez

Un caluroso lunes de julio, hace trece años, Alexandra Tobón no pudo almorzar con su abuela que vivía en un sector conocido como Las Margaritas en la comuna siete de Medellín. Este sector, además de su extrema pobreza estaba marcado por la violencia, allí habitaba la guerrilla de las FARC, quienes con fusiles atemorizaban y controlaban a la pequeña población.

Siguiendo por la carretera unos kilómetros más arriba la situación cambiaba. Ya no se veían hombres con fusiles a la entrada del corregimiento, como en Las Margaritas, no, pero esto no quería decir que no había peligro.

- Los  paramilitares cuidaban la gente, ese fue su propósito, cuidar los negocios, no permitir que maltrataran a las mujeres y cosas así- asegura un habitante de la zona. Mientras estos hombres vacunaban a los comerciantes y golpeaban a los hombres por no tener preferencias heterosexuales, la policía de este corregimiento de Medellín llamado San Cristóbal se sentaba en la plaza principal a tomar tinto y a jugar cartas.

El Bloque Metro fundado en 1997 por Carlos Castaño, máximo cabecilla de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), y dirigido por Carlos Mauricio García, alias Doble Cero, controlaban a San Cristóbal.

En medio del fuego cruzado creció Alexandra. Sentada frente a un espejo observaba con ojos verdes la fotografía que se había tomado con Jeferson, alias Barrera, mientras peinaba su largo cabello rubio; orgullosa de obtener el interés de Jeferson salía a su encuentro.

–Una niña de catorce años no puede ser la amante de un 'Para’–  decía Jairo su padrastro, con lágrimas en los ojos, y Jackeline su compañera y madre biológica de la niña respondía que Alexandra ya estaba muy grandecita y que ya era hora de que él la sostuviera económicamente. 

Suena el teléfono y Jackeline contesta, se escucha una voz desafiante que dice   –escuche con atención zorra, su hija está por acá otra vez visitando a su abuela y es la última vez que les advierto que esa perra no puede volver, la próxima vez no respondo, dígale que se está equivocando con nosotros– se corta la llamada. Preocupada, Jackeline llama a Jairo para contarle lo sucedido. Esa misma noche ambos hablan con Alexandra, quien no puede evitar llorar después de no una, sino varias amenazas que ha recibido por parte de la guerrilla.

Jairo invita a su hija a la iglesia cristiana a la que él asiste, ella acepta ir, convencida de que será descanso buscar a Dios en una situación como la que vive. Pasadas tres semanas de asistir a la iglesia, Alexandra parece estar muy tranquila y segura. Próxima a cumplir los quince años le pide a su padre que le regale un minicomponente y tres CD de música cristiana.

La mañana del lunes catorce de julio de 2003 Alexandra decide alistarse para ir a almorzar a la casa de su abuela. Como es habitual compra unas galletas dulces para llevarle. Aborda el bus que va para el centro de Medellín y se baja en la entrada del barrio Las Margaritas. Llega a una casa de madera de color verde y toca la puerta  –Mita, ábrame que soy yo, vea lo que le traje– Doña Gabriela abre la puerta y abraza a su nieta. Pasados quince minutos tocan la puerta, son seis hombres armados y preguntan dónde está la mona que acabó de entrar.

-Ella es mi nieta y se encuentra adentro almorzando.

-Madre, dígale a la mona que salga, que la necesitamos urgente.

La abuela llama a Alexandra y ella va hasta la puerta. Inmediatamente estos hombres la cogen del pelo y la sacan de la casa –No por favor, no me hagan nada–  suplica la joven mientras la hacen caminar con ellos. Sacan varios puñales y a medida que avanzan empiezan a chuzarla en la espalda –Seguí pues perra hijueputa, ya nos dimos cuenta que andás de sapa en San Cristóbal–. Varias personas observaban como se desangraba una niña de catorce años, pero no se atrevían a intervenir en la situación.

La hicieron caminar por una trocha hasta llegar a un sitio baldío, conocido como las torres de vallejuelos. Alexandra pedía ayuda con el poco aliento que le quedaba pero no fue auxiliada. Las FARC se han caracterizado por torturar a sus víctimas hasta que estén a punto de morir y este caso no fue excepción; no complacidos con apuñalarla más de treinta y cinco veces fue violada por estos seis hombres, que al finalizar le dieron tres tiros en la cabeza.

Desesperada, la abuela llamó a la policía y  a los padres de Alexandra. Las autoridades llegaron a recoger el cuerpo, lo llevaron al anfiteatro y le pidieron a Jackeline que fuera a reconocerlo. Esa mañana Jairo había salido para el centro de la ciudad a comprar el regalo de quince años para su hija, cuando recibió la llamada ya había comprado el minicomponente con los CD e iba de regreso a casa.

Después de reconocer a Alexandra, enterraron los restos en el cementerio local, junto a los otros tantos muertos por la guerra.

Fotografía: Jesús Abad Colorado, julio del 2000. 

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Martes, 7 Junio 2016

TEXTO: YISEL JOHANA PULGARÍN PÉREZ

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