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TRES GENERACIONES EN UN MISMO CAFETAL

Luisa Fernanda Herrera Bocanegra

Es lunes, empieza la semana  y el día para cincuenta recolectores de café. Un poco más de las cinco de la mañana, aún no ha amanecido y ya se escuchan los pájaros cantar en los árboles y las personas lo hacen en las duchas, otros arreglan los plásticos “parece que  hoy va a llover”. Con sus botas puestas, el “coco” que es el instrumento donde recolectan el café y la estopa al hombro toman un trago de café y se marchan para el cafetal, caminan más de veinte minutos hasta llegar al corte, allí cogen la bandera o el surco por donde empiezan su labor, entre conversaciones y radios encendidos con música popular trascurre la mañana en los cafetales mojados hasta la hora del desayuno. El patrón de corte grita “A comer o es que no tienen hambre”. El poco de café que recolectan cada uno lo vacía  en una estopa que cargan hasta la finca. Allí dejan las estopas en un  lugar diferente.

Mientras sale humo  por la chimenea una mujer en la cocina sirve los alimentos con afán a más de  cincuenta trabajadores que hacen  una fila para reclamar el desayuno. Calentado con carne, arepa, tajada y chocolate es el manjar que más disfrutan en una mesa con  no menos de  quince puestos, todos ahí apeñuscados se sientan a comer, otros son más descomplicados, el patio tiene lugar para ellos y van dejando sus platos rápidamente para que su compañero se siente, y así vuelven a su labor.

 

EN BUSCA DE UNA PROFESIÓN

 

En un grupo de quince personas que les pesa más la edad que la estopa, veintiún mayores y ocho mujeres formaban parte de este grupo de recolectores también doce niños que no pasan  entre los ocho  y los quince años.

Uno de ellos es Andrés Restrepo. “Empecé a trabajar desde chiquito, acompañaba a mi padre en las vacaciones, luego mi madre se enfermó y la plata no alcanzaba, somos cinco hermanos y pues por ser el mayor a mí me tocaba trabajar”   Andrés quien no parece un niño por su manera tan madura de hablar. Aunque camina con la mirada baja, luego sonriendo me dice que la vida le puede quitar todo menos las ganas de salir adelante.

Señalándome el cafetal, “Es por aquí”.  Bajamos por una trocha pendiente, resbaladiza y peligrosa hasta volver al tajo. Andrés abandono el colegio, aun así no deja a un lado sus sueños, “Siempre he querido ser un gran doctor, para así poder salir de la pobreza y ayudar a las personas.”

Y es que ser doctor es una profesión que vale la pena soñar, desde niños jugábamos a ser astronautas, modelos o médicos ¿Pero acaso ser del campo es tan malo?, muchas de estas profesiones implican para un joven del campo, salir de él, La ciudad puede brindar mejores oportunidades de estudio, así es como muchos jóvenes abandonan sus tierras buscando un mejor futuro, algunos logran salir adelante y un título profesional, otros  la ciudad les resulta más compleja y sin oportunidades, ya lejos de su cultura cafetera solo les queda dedicarse a trabajar en lo que resulte.

 ¿Quién se está quedando en el campo? Estos jóvenes tienen derecho a soñar, pero ser doctor no los hará mejores personas, como  trabajar en el campo tampoco desmerita su vida, mientras Andrés se va en busca de una profesión enfrentando lo que la vida le puede brindar, aún no ha salido del colegio y se pregunta ¿Qué haré cuando sea medico?

Mientras el campo se queda sin jóvenes, Camilo con tan solo nueve años de edad me dice:  “Yo sino pienso dejar el campo, yo vengo a trabajar porque quiero ganarme cualquier peso para poder gastarle helado a mis hermanos el  fin de semana.”

Según el padre de Camilo, el solo estaba de vacaciones trabajando. Y surge la pregunta ¿Qué hace un niño trabajando en el campo en vacaciones? Otros muy seguramente viajan o se la pasan en la casa con su celular y en la televisión, pero como la tecnología no está al alcance de niños como Camilo que desea quedarse en su campo. “Eso sí, yo no quiero quedarme cogiendo café toda la vida, yo quiero ser el dueño de una finca y que mi papá sea el administrador. Apenas salga de estudiar voy a ser un Ingeniero Agrónomo de esos que usan botas, yo no entiendo para que si nunca las ensucian”.

“SOLO SÉ COGER CAFÉ”

El cafetal estaba un poco húmedo, había llovido la noche anterior pero ya empezaba a salir el sol o a “asomarse el mono” como aquí lo llaman. Un poco más de las diez de la mañana, entre conversaciones  y chistes sale alguno con dotes de cantante, los “cocos” se van llenando a medida que se escucha el sonido de los granos de café. Suenan muy seguido. Pareciera que hiciera ritmo con los que cantan. El clima cambia. Ahora deben quitarse los plásticos.

Además del sombrero usan una camisa envuelta en la cara, donde solo les queda para ver y respirar. Es que los mosquitos no dan tregua y el calor tampoco, pareciera que no estuvieran cansados, pasan de planta en planta revisando el café desde la parte de abajo, hasta el copo, hay cafetales un poco altos así que algunos utilizan un pedazo de palo seco, llamado “garabato” para coger las ramas que no alcanzan.

Procuran no coger café verde  pues el patrón de corte, un tipo alto, blanco y con pinta de Antioqueño, con gestos de ‘seriote’ es quien tiene la responsabilidad de manejar el cafetal. “Ya saben, quién coja verde, se le rebaja medio galón.”

Tendrá unos treinta y cinco años, aunque aquí en el campo las personas aparentan más edad, el trabajo al aire libre envejece el cuerpo y a veces el alma. Me mira intimidado por la cámara y los apuntes. En muestra de confianza me acerqué sin nada en la mano, solo con intenciones de conversar.

 

- ¿Hace cuánto trabaja en el campo?

– Desde que me acuerdo señorita. Mis padres manejaron una finca toda la vida, ahí aprendí las labores del campo, no me lo está preguntando pero solo estudie la primaria, así que sí lo que quiere saber es que hago aquí entre un cafetal al sol y al agua, pues mire, no me gusta, pero solo sé coger café. ¿Qué más hago?

El campo y la recolección de café es una profesión quizá de las más difíciles y mal remuneradas. Miles de familias dependen de ella. Hoy en este lugar solo hay una parte de esta población. Cuando la niñez se pasa en el campo y las oportunidades escasean, no queda más remedio que continuar en el.

En la hora del almuerzo, antes de las doce, salen del cafetal listos a almorzar porque trabajador con hambre no funciona. Cargan sus bultos hasta la finca, con sudor y cansancio en la mirada, con sus ropas mojadas y sus manos sucias se sientan a comer. La sopa recién bajada del fogón, arroz, ensalada y carne, algunos dejan la ensalada a un lado, “eso es pa los conejos”. Otros dos se las dan a los perros que se sientan a esperar cualquier sobrado de comida que logre quitarles el hambre del fin de semana, lo que no saben los animales es que el almuerzo de estas personas no alcanza a llenar su estómago. Posiblemente los perros se quedaron sin almuerzo hoy.

 

MUJER CAFETERA, MUJER CON BERRAQUERA

 

Entre la algarabía del almuerzo, porque aquí nunca se come en silencio, las mujeres se hacen en un rincón, todas ocho almuerzan juntas y también cargan los bultos de café entre ellas. Marisol quedó en embarazo a los diecisiete años, sus padres la corrieron de la casa y entre el trabajo de limpiadora en una casa y mesera en las noches ha logrado sacar a sus niños adelante.

“Estoy aquí porque por mis hijos debo hacer todo. Me levanto temprano, les dejo el almuerzo hecho, les preparo el desayuno y me vengo a trabajar, luego llega mi hijo mayor y el cuida a las niñas mientras llego a organizar casa, hacer algo de comer y ayudarles con sus tareas.”  El padre de sus hijos se fue a trabajar al Huila para la bonanza cafetera hace siete años y nunca más volvió.

 

CAMPO Y VEJEZ “CUANDO NADA MÁS TENÉS”

 

El calor a las tres de la tarde es insoportable aún más cuando no hay nada que bogar. El tiempo parece no pasar, ya el cansancio se refleja en los silencios de los caficultores, solo un radio a lo lejos mientras converso con el más veterano de la finca que además posa para una foto. “Me la muestra si la sacan en la prensa”. Don Delio Díaz apodado “El chimbita” con sesenta y tres años encima aún tiene una sonrisa por mostrar, con doble profesión no ha dejado que la vida le arrebate lo que más le gusta hacer, cantar. Entre el cafetal algunos le piden una canción y los fines de semana sale con su guitarra y cambia sus botas sucias por unas de charol, canta en los semáforos o afuera de los restaurantes, así se rebusca la comida y encuentra felicidad, porque la música es lo que lo hace feliz.

Como Delio, aquí trabajan otros  catorce viejos que gran parte de su vida la han pasado entre cafetales y labores del campo. Una pareja de ancianos que llevan cuarenta años viviendo juntos. Gerardo y Carmen, él con sesenta y cinco años, ella con tres menos, han vivido de un lugar a otro recolectando café. Sin hijos ni familia que los ayuden, solo se  tienen el uno al otro. No es mucho lo que ganan entre los dos, eso los obliga a compartir una sola alimentación,  aunque ella dice que es que come poco, la desnutrición que se nota en sus rostros pálidos y demacrados dice otra cosa.

Sin un sisben viven sus dolencias día a día, algunas más espirituales que físicas. “Usted sabe mijita que uno solo no es nada, hubiéramos querido tener hijos para no sentirnos tan solos, solo para eso. Así nos hubieran dejado en un ancianato, allá estaríamos mejor”. La misma pregunta surge, ¿Qué hace una pareja de ancianos en un cafetal?  La respuesta es qué hace un viejo en una ciudad donde ya no sirve para trabajar y cuando la vejez llega sin amparo ni oportunidades es el campo quien sigue ahí, ofreciendo trabajo.

Gerardo y Carmen están ahorrando un dinero para poder montar un negocio, una chaza que les dé para comer, dicen no estar cansados del campo, más bien el campo está cansado con ellos. Dos almas y dos vidas unidas, cada atardecer no es más que la espera de un día mejor que pueda llegar.

 

LOS CUARTELES

Cuando el día parece acabar no queda más que cansancio y sudor, sacrificio y dolor en las manos, emprenden de nuevo el camino hacia la finca con un bulto al hombro, solo quieren descansar. La “tolva” los espera, este es el lugar donde miden o pesan el café, parece que la medida es un poco grande para aquellos que solo hicieron para pagar su alimentación. Después, con sus cuerpos agotados se dirigen a la cocina. Ya sin afán cogen sus comidas por una ventana. Los frijoles, el arroz y el chicharrón se sirven cada tarde y se disfrutan como nunca.

Los que viven en el pueblo emprenden su partida en bicicletas o caminando, los otros se quedan en los cuarteles. Un poco sucios, con camarotes ya oxidados y colchones con ácaros que son casi inservibles, con dos duchas y dos baños para cuarenta personas, que tienen escape de agua y mantienen más sucia que la ropa que se quitan. Unos duermen en la cuarenta. Este sitio es frio y agrumado de basura y olor a marihuana, los demás duermen en la palomera, donde se quedan lo que no consumen vicio.

SE ENCUENTRAN LAS TRES GENERACIONES

Después de un descanso merecido y una ducha, llega la hora del café, esa misma bebida que cosecharon se sirve, a diferencia que aquí lo que se toma es la pasilla.

Los niños se encuentran y juegan a ser niños, es que en el día parecían hombres pequeños, con una carga encima que no era el bulto de café, pareciera que el cansancio no los agotara, juegan futbol  y a las canicas, mientras las mujeres hablan con otros jóvenes que se integran con los ancianos a jugar parqués o dominó, apostando el pan del tinto.

Mientras un grupo está más cerca a los cuarteles prende una fogata y empiezan a contar chistes, comentan las noticias, sus vivencias y experiencias.

Terminan con los cuentos de terror, después todos van a dormir, “vamos a descansar, gracias a Dios mañana será un día más” Dice un viejo solitario con una linterna en la mano.

Es el trascurso de un día muy común, mientras la noche llega y el sol se esconde tres generaciones se encuentran y se unen en una sola. Ríen, hablan y juegan, pero este no es solo el fin de un día, es la espera de uno más que llegará, son las etapas de la vida que están marcadas por el café.

Las manos de Andrés Restrepo, un recolector improvisado, porque su profesión es la medicina.

Mujeres que no se avergüenzan del campo y que con sus manos logran un mejor futuro.

Gerardo y Carmen posan para la foto después de comer. El cansancio no es excusa para sonreír, aunque aquí no sonríen, suelen hacerlo.

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Martes, 7 Junio 2016

TEXTO Y FOTOGRAFÍA: LUISA FERNANDA HERRERA BOCANEGRA

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