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CRÓNICAS

TRABAJAR PARA COMER

Cristian Camilo Orozco Escárraga

A las cuatro en punto de la mañana suena el despertador y doña Arabia Parra sabe que es el momento de iniciar un nuevo día cargado de actividades, lo toma con una de sus manos, lo apaga y se sienta a la orilla de su cama donde sagradamente cuando se levanta hace una oración de agradecimiento. Se pone las chanclas y se dirige a la cocina a preparar agua de panela, abre la alacena y busca el preciado alimento para depositarlo en la olla que tiene llena de agua sobre la estufa; prende el fogón y se va hacia el baño para asearse. Mientras se baña piensa en qué les va a dejar preparado a sus dos nietas para el almuerzo, ya que las niñas tendrán que ir al colegio sin desayunar.

Sale del baño, se organiza y despierta a sus nietas para que inicien la rutina del día. Doña Arabia prepara arroz, lentejas, plátanos cocinados y deja dos huevos sobre la mesa para que las niñas completen el almuerzo cuando lleguen del colegio. Sale a las cinco y treinta de su casa y camina quince minutos hasta el restaurante escolar de la ciudadela del sur.

La ciudad de Calarcá en el departamento del Quindío-Colombia tiene 15 colegios entre públicos y privados y aunque algunos de ellos están ubicados uno en frente del otro, el Rafael Uribe y San José se destacan porque son las dos únicas instituciones que se encuentran dentro de un complejo donde están edificadas otras estructuras.

 

La ciudadela del sur es un complejo de un poco más de 3 mil metros cuadrados donde están el colegio Rafael Uribe Uribe, el San José que es sólo para señoritas, un aula máxima donde se realizan eventos integradores de las instituciones; dos laboratorios de química y biología, ahora inutilizados; una biblioteca, una cancha pavimentada y el restaurante escolar, donde los niños reciben los alimentos del día. Toda una ciudad para alimentar.

 

La señora Arabia llega al restaurante a las seis y media de la mañana, saluda a sus compañeras de trabajo y se pone su delantal para iniciar la preparación de 800 refrigerios para los alumnos de los dos colegios. Doña Mercedes es la encargada del restaurante y a ella los delegados de Bienestar Familiar le entregan cada viernes los materiales necesarios para la alimentación de una semana. También le entregan el listado de recetas que se deben preparar cada día.

El restaurante está dividido en  dos partes. La primera es la cocina de diez metros de largo por tres de ancho donde se almacenan los alimentos y los instrumentos necesarios para la preparación de los mismos. La segunda es un espacio de un aproximado de treinta metros de largo por ochenta de ancho donde hay veinte mesas construidas en concreto. Mientras el calor aumenta en la cocina y los olores invaden el ambiente, doña Arabia piensa en si a sus dos nietas les habrán dado refrigerio, pero ella no puede hacer nada para remediarlo. Entre las ocho y las diez y media de la mañana se reparten los refrigerios, pero para doña Arabia esta tarea se le dificulta y dice en voz baja para que nadie la escuche:

-“Quién sabe si mi familia pudo desayunar hoy”

 

Una de las compañeras que la escucha le dice:

 

-“¿No tuviste hoy para el desayuno?”

-“No, y casi que no alcanza para el almuerzo”

 

Terminan de repartir el refrigerio, lavan los pocillos y casi sin acabar la tarea, empiezan a organizar el almuerzo. El olor del guiso, la carne recién frita y el sancocho, son algunos de los aromas que se esparcen por el lugar y atraen a los estudiantes que a las doce y una de la tarde terminan sus clases. Mientras el grupo de mujeres cocinan, sirven y reparten 300 almuerzos para algunos de los estudiantes del San José y el Rafael Uribe, doña Arabia solo piensa en las pequeñas porciones que sus nietas encontrarán en la olla que dejó en la mesa de la cocina de su casa.

 

A las dos de la tarde terminan de repartir los alimentos y se dedican a lavar y organizar los elementos utilizados durante el día y llegando las cuatro de la tarde, el grupo de mujeres sale del restaurante y se dirigen a sus respectivas viviendas.

 

La protagonista de esta historia llega a las cuatro y veinte a su casa, se vuelve a bañar y organiza lo que va a ser la comida, aunque quisiera variar el menú; no puede y comerán lo mismo del almuerzo. Reparte los alimentos a las seis y media de la tarde y a las siete de la noche sale hacia donde su mamá para asear la casa y lavar la ropa.

 

Después de tanto trajín doña Arabia dice que “El pago es de solo 40.000 pesos a la semana, sin derechos a salud y pensión”, y también explica con alegría, “Aunque el trabajo es muy duro, da satisfacción hacer de comer para los niños”. La alacena de la vivienda de la señora Arabia es una caneca de 20 litros donde permanentemente solo hay dos o tres libras de arroz, una de lentejas y otra de algún otro grano conocido; dos o tres pedazos de panela y una bolsa de pastas.

“Aunque el mercado que hay en mi casa es muy poco, alcanza para que comamos mis nietas, mi hija y yo”.

 

Al observar la cantidad de alimentos que hay en la vivienda le pregunto a doña Arabia:

 

¿Por qué usted no trae  parte de los alimentos que les sobran en el restaurante para darle de comer a su familia?

 

“Porque no debe faltar ni sobrar nada de alimentos al llegar el viernes”, me dice la señora Arabia sentada en una silla de madera en la sala de su casa.

Colegio Rafael Uribe de Calarcá

Foto tomada de La Crónica del Quindío

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Martes, 7 Junio 2016

TEXTO: CRISTIAN CAMILO OROZCO ESCÁRRAGA

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