RURAL
Eran las cinco treinta de la mañana, la luz ya invadía los ventanales de las casas, la radio sonaba y un olor a chocolate caliente obedecían al ritual de iniciación del día, aunque como es costumbre sus ojos ya habían amanecido por lo menos dos horas antes, ella, Sandra me alertaba de las horas de mentiras, pues había que llegar a tiempo al encuentro atemporal que tenía en aquella montaña ese día.
Recuerdo que era viernes y es el único signo de tiempo que queda para señalar aquel pasado. Aunque el cielo estaba azulado y con algunos vestigios naranjas del paso del sol por las nubes se sentía el frío del amanecer sevillano; es tan suyo su frío que a veces pareciera que se puede tocar, oler, saborear, incluso algunos días se puede mirar.
Un sonido ronco de motor, metales y tornillos casi sueltos, predecían la aparición del transporte, el WILLY’S que nos llevaría hasta el lugar del encuentro. Un “buenos días” se escuchó de los labios de los campesinos sin rostro que iban a labrar con sus manos de tierra el platanito que endulza una buena frijolada, o el café que sorbo por sorbo bebemos para no quemarnos en los días de lluvia.
Subí y me quedé de pie, percibí la mañana, la mano rígida quedó casi adherida al tubo de metal que había absorbido todo el frío nocturno, aunque se mimetizó con el viento que rozaba mi cara helándome las fosas nasales. Sentí nostalgia por haber olvidado el aire del campo, su pureza, su calma y su libertad para disponer del espacio, entonces descubrí la consciencia del detalle para guardar un recuerdo lúcido de tranquilidad.
Los pulmones exigían más espacio para saciarse de esa corriente liviana y diáfana. El sol era cortado por la imponente sombra de la montaña, sin embargo se colaba tímido por los cañones que hay entre montaña y montaña haciendo resplandecer los cultivos. El canto de las aves creando sinfonías; las ranas naturalmente nocturnas croaban haciéndose invisibles a la agresiva invasión del motor; los perros inocentes no saben del peligro ni del miedo que se le debe a un vehículo.
Después de cincuenta minutos llegamos. La escuela Benjamín Herrera es institucionalmente denominada de “Difícil acceso”, o sea que no queda en el perímetro visible. Empezamos a subir una pendiente, Sandra y yo.
Todo esto estaba sembrado –señalando la tierra y con un tono débil - pero vea, vendieron la finca y arrasaron con todo, dicen que van a poner vacas-
Sandra Ocampo está subiendo esa pendiente desde el 2008, cuando fue nombrada por la Secretaría de Educación del Valle del Cauca en una vacante de la cátedra de Español y literatura, disponible en una escuela rural. Hoy sus pasos son pesados y lentos. Ha estado debajo de muchos soles y muchas lluvias, mientras la negligencia del gobierno incumple con el contrato de transporte. Me mira y me dice: - Usted se imagina yo con 60 y subiendo por aquí- no respondí.
A pesar de estar cansada le gusta su lugar de trabajo y sus estudiantes, siempre que contempla la posibilidad de irse piensa en ellos y en la escuela de vida que en conjunto han construido y compartido. Para ella enseñar no es su trabajo, sino su misión en esta tierra; enseñar a pensar, sentir, comunicarse por el diálogo, cuestionarse; solo con su voz enseña a aprender a vivir a chicos que escasamente les dirigen la palabra en sus casas. Enseñar, también aprender, han sido sus causas y luchas, como dice ella “Si valen la pena y es necesario morir por ellas, se muere”.
Maria Isabella Nicholls Ocampo
PROFESORA RURAL
Hoy amanecí pegada a la pizarra
La tiza, traza mi cuerpo hasta sangrar.
Sandra Ocampo

Al final de la colina la edificación de la escuela. Arduo el trabajo del maestro para enseñar a ser. Con proyectos de reciclaje han creado bancas y masetas donde posan plantas que embellecen la fachada, ni una sola envoltura de golosina desarmoniza lo orgánico del lugar. Antes de iniciar la jornada las niñas conversan sobre los personajes y los vestuarios de la próxima obra de teatro que van a presentar, mientras los chicos corren para no dejarse tocar por el balón que quema en el ponchado. A pesar de la precariedad el cronograma de actividades académicas contiene ciclos de cine, salidas al museo y la lectura de un libro.
Esperaba, con el extremo del lápiz golpeaba el papel, pensaba que de aquel golpeteo surgiría la epifanía contundente y verdadera, pero el atisbo de una nueva presencia que ascendía por la colina me distrajo.
Nuestras miradas encontradas se intimidaban mutuamente, una sonrisa entre dientes creó un primer y débil acercamiento. Para mi sorpresa su cabello no era ese negro azabache que imaginaba en una indígena Embera Chamí, el cabello de Niní estaba impregnado de un rojizo artificial, usaba un lenguaje agresivo y toda su tradición quedaba vedada por el teléfono celular que manejaba.
Estaba confundida, no podía codificar la paradoja que tenía sentada en frente mío, Nini y Luisa, ambas adolescentes aún, emitían sonidos que se transformaban en palabras, pero sus acciones me contaban algo muy contrario a lo que escuchaba. Ellas fueron concebidas y criadas en la tradición ancestral de la comunidad Embera Chamí, donde el respeto hacía la Pachamama y sus hijos es primordial e irrevocable, pero los insultos y golpes que se propiciaban la una a la otra eran desproporcionados con la situación.
La vida, como máxima expresión de amor, es vetada por el uso (ilegal dentro de su comunidad) de anticonceptivos, argumentando que primero quisieran ser “alguien en la vida”, entendiéndose “alguien en la vida” como una persona profesional, de éxito, para poder brindar bienestar al bienllegado; lo curioso es que les causa escozor estar en el pueblo con tanto ruido y gente, deseando ansiosamente volver pronto a su resguardo. Su vestuario difiere del tradicional Embera Chamí, alegando que los vestidos que les cosen sus madres son feos. Intentan decorarse las uñas con un corrector escolar. Su idioma se adueñaba de instantes, alejándonos abismalmente entre risas burlonas, sin embargo su simbolismo se compone de ordinarios corazones.
No logré comprender lo que sucedió, no supe de donde son, ni quién las formo; si fue su comunidad o nosotros quienes inundamos de basura su sencillo cerebro, están en un ir y venir sin saber quiénes son y de dónde vienen, su identidad cultural está siendo confrontada por nuevas generaciones que se proyectan un porvenir diferente al de sus antepasados sin embargo están y estarán ligadas a su comunidad lo que no entendí es de qué forma.
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Martes, 7 Junio 2016
TEXTO Y FOTOGRAFÍA: MARIA ISABELLA NICHOLLS OCAMPO
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Nini y Luisa, adolescentes Embera Chamí y estudiantes de la Ins. Edu. Benjamín Herrera - vereda Cominales Sevilla, Valle del Cauca.