CRÓNICAS
RESURGIENDO ENTRE EL ASFALTO
Estefanía Guerrero Ramírez
En el año 2007, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar en cooperación de la Unión Europea, realizaron una investigación acerca de la población que habita las calles en las dieciséis principales ciudades del país. Entre éstas se encontraba Armenia, en donde hasta la fecha, eran 174 niños quienes vivían en las calles.
“Pobre esa gente, si el gobierno no hace nada por ellos; uno qué va a poder hacer para cambiarlo”. Este tipo de comentarios era los que Sonia Quintero Serna solía escuchar de las personas, refiriéndose a los habitantes de la calle.
A sus trece años de edad, Sonia contrajo matrimonio con un hombre de dieciséis. “Los dos nos fuimos a lavar carros por la carrera dieciocho, al lado del Mirador de La Secreta”. A pesar de la belleza natural que se puede observar en este sector de la ciudad, existen otras realidades sociales que contrastan este paisaje que muchas veces las personas, prefieren dejar de lado.
Sonia
“Una de las noches en las que finalizaba mi trabajo, mientras mi esposo cerraba la reja del local, me acerqué a llevarles un chocolate caliente, como solía hacerlo. Aunque hasta ahora esa era mi única forma de contribuir, no me eran indiferentes las miradas de esos niños, con dolor en sus ojos y sin entender del todo por qué estaban allí. Cuando empezamos a indagar acerca de cada una de las historias de esos niños, nos dimos cuenta de la difícil realidad que experimentan a diario”.
Jefferson
“Recuerdo ese día en que jugaba deportes Quindío, obviamente allá me encontraba con los parceros de la barra apoyando a ‘mi selección’. Ese partido lo ganamos, pero las cosas se calentaron a la salida del estadio, y como siempre cuando llegué a mi casa traía nuevas marcas de puñaladas”.
“Imagínese, yo era un pelado de catorce años. A esa edad ya metía vicio, sabía cómo robar y pelear. Mi cucha mantenía brava conmigo, porque me le desaparecía cinco o seis días. Pero yo sentía que la calle era mi territorio”.
Sonia
“Con cada historia que conocí, me fui encariñando con estos niños, hasta el punto en que hoy en día los quiero como a mis propios hijos. Como madre biológica, tengo la oportunidad de tener tres hijas, que han crecido con esta realidad y me apoyan en el proceso. Hoy en día son profesionales y ya hacen su vida fuera de casa”.
De toda esta experiencia debajo del puente de la carrera dieciocho, decidió un día junto a su esposo rentar una casa lote, en la que compartió junto a treinta y cinco niños. Fue así como nació la Fundación Sembrando Esperanzas. Han pasado por muchas casas y actualmente se encuentran ubicados en el barrio Granada, albergando a cuarenta y tres niños internos desprotegidos.
Trabaja hace 18 años como educadora en el Instituto Técnico Industrial. Es profesional en Administración Educativa de la Universidad del Quindío y ha transmitido todos sus conocimientos a los niños que tiene a cargo, para que estén preparados para la vida; así no hayan tenido la posibilidad de asistir a una universidad.
Los casos más difíciles que menciona Sonia, han sido los de drogadicción. Jefferson ha sido uno de ellos. Su mamá le pidió ayuda a la profesora que era conocida por la labor que allí realizaban con los niños de la calle. Algo incrédula, pero muy preocupada por su hijo y sin más herramientas para ayudarlo. El joven no muy convencido empezó a asistir a la Fundación. “Ya entenderán que un niño en esas circunstancias no le cree a uno mucho el cuento de Dios. Muchas veces ni ellos mismos aceptan que tienen un problema. Yo rezo mucho para quitarles esa venda de los ojos y que me permitan ayudarlos”.
Asistieron a tratamientos de desintoxicación y Sonia le enseñó la importancia del estudio. “Ellos necesitan tener una herramienta de supervivencia en este mundo y aportar a la sociedad, no sólo siendo buenas personas, sino desde sus propios conocimientos”.

“La profesora me curaba las heridas del cuerpo con Cicatricure. Ella nos sentaba en la sala, y nos contaba sus anécdotas. Allí nos dimos cuenta de que todos tenemos problemas y que hay que buscar soluciones. Es una mujer muy valiente y amorosa”. Todas sus enseñanzas en el crecimiento personal de estos niños, son sustentadas en este valor.
Actualmente, Jefferson tiene 17 años de edad. Ingresó al colegio y se encuentra cursando tercero de bachillerato. Espera poder integrarse a la marina, ayudar a la gente pobre y que no tengan los recursos económicos. ”Ella siempre nos ha enseñado mucho de Dios y de la importancia del estudio. Por eso en un futuro yo también la quiero ayudar a ella en lo que pueda. Además ella ha sacado pelados de aquí ya abogados y con un estudio profesional”.
Después de clase, va todos los días con su hermano a la fundación a ayudarle a Sonia con las actividades de sus otros hermanos. “La tarea de ella es muy dura. Aguantarse a ese poco de peladitos sin ninguna obligación con ellos, no es fácil. Pero ella es como un ángel que Dios mandó del cielo para ayudar a la gente pobre y de la calle”.
“Mi esposo, un hombre solidario, maravilloso, quien siempre me ayudó y no se interpuso en mi labor. Me apoyaba incondicionalmente y de alguna forma me hizo entender que yo vine al mundo con esta vocación. Es una responsabilidad que asumí con la vida y que debo llevar con valentía. Como les enseño a mis hijos, es más importante trabajar por generar riqueza en el cielo que en la tierra y ayudar a los necesitados es una labor que pagan mal aquí, pero que trae mucha satisfacción y llena el alma”.
“Hace nueve años a él le diagnosticaron cáncer, y después de luchar hasta el final, lo tuve que dejar ir y continuar con la vida, con la misión que asumí y de la que nunca, ni en los momentos más difíciles he pensado dejar. Ahora el papá de esta familia, ya no es mi esposo, él está descansando…Ahora la mamá soy yo y el papá es Dios”.
Sonia
Yulitza
“Yo era una niña muy conflictiva, siempre buscaba pelea por todo. Me acuerdo que tuve problemas con una peladita del salón porque no me caía bien, era como toda crecida. Yo siempre criticaba de ella y ninguna de las dos nos caíamos bien. Cuando tenía un problema, sólo me enfocaba en lo malo; hoy en día somos muy buenas amigas”.
En un cementerio de la ciudad de Putumayo, se encuentra Yulitza y sus quince hermanos. Todos con lágrimas en los ojos, ven y guardan la última imagen de sus padres, a través de un ataúd. “Esa fue la última vez que me encontré con mis hermanos”.
Su familia le ha dicho que se devuelva a vivir al Putumayo. Pero ella no es capaz de dejar la fundación: “Me he vuelto muy apegada a todos aquí y no he querido irme, ellos son mi familia, de diferente madre, pero aquí nos unen las experiencias que vivimos día a día y la profe. Cuando hay silencio es raro, porque ya estoy acostumbrada a ver siempre personas en la casa y así me gusta”.
Yulitza llegó a la fundación con su mamá. Ella quería estudiar y en Putumayo, donde vivían, no tenían los recursos suficientes para lograrlo. “Mis papás estaban separados. A mi mamá le hablaron sobre esta fundación y la posibilidad de que yo estudiara gratis”. Algo pensativa, dice: “hace cuatro años mis papás se murieron y desde entonces vivo aquí en la fundación”.
Sonia siempre les enseña a buscar soluciones y no quedarse en los problemas. “Yo extraño a mis papás. Sin embargo, llorando no voy a hacer que regresen. Por eso tengo que seguir adelante, pensar en mis estudios y en mi familia”.
Sonia
“En cadenas de oración reúno a mis hijos en la sala de la casa y les enseño pasajes de la Biblia. Es importante que se apeguen a Dios, porque a veces es el único que nos puede ayudar a cargar esta cruz de la vida”.
“Recuerdo aquella vez en la que por falta de recursos nos quedamos sin mercado. Literalmente no tenía nada de comer para darles a mis hijos. Nos sentamos en círculo y tomados de las manos le hablamos a Dios de nuestras necesidades. Con tanta fe y confianza, que sin haber terminado la oración, tocaron la puerta. Un vecino nos informó que se había hecho una colecta, que habían recogido 80.000 pesos y que ojalá me sirvieran para algo. Yo sé que ese señor no tenía ni idea de lo que estábamos pasando, simplemente le agradecí en el alma. Con ese hecho les regalé a mis hijos algo más de comida esa noche, habían presenciado un milagro de Dios”.

Yulitza es una deportista, le encanta el baile y cuando lo hace se olvida de todo. Ama el estudio y le gusta la física y la química. Es de las mejores estudiantes del curso.
“A Sonia muchas veces la han tratado mal y no ha recibido lo que ella da. Pero nos enseña a dar y no esperar nada a cambio. Ella lo hace siempre”.
“Primero quisiera ser doctora, para ayudar a mucha gente, no por dinero, sino porque me nace hacerlo y lo hago de corazón. Segundo, me gustaría ser bailarina, porque cuando bailo sólo me miro a mí y a mi cuerpo cómo se mueve, no me preocupa nada más. Por último, quisiera tener una fundación como ésta y ayudar a mucha gente”.
“La profe ha sacado muchos profesionales de aquí, la mayoría de los niños que pasan por esta fundación dejan las malas mañanas. Nos inculca mucho de Dios, nos dice que tengamos muchas fe, que pongamos todo en manos de él, que no hay nada imposible. Y así es”.
Yulitza ve en Sonia un ejemplo de vida y una guía de lo que ella quisiera hacer cuando grande. Reconoce que su tarea es admirable. “No sé si ella no piensa en que de pronto la pueden robar o algo, los niños que trae de la calle, pero eso nunca ha pasado. Yo creo que es porque no somos capaces ni siquiera de decirle mentiras, o por lo menos no yo, porque ella tiene algo en la mirada que así sea la mentira más boba, ella sabe qué pasa”.
La Fundación ha atendido desde su creación en 2006 a más de 4.000 niños. 1.870 se benefician actualmente. Se han graduado 600 bachilleres. 350 estudiantes en el SENA. Diez jóvenes becados en la universidad. Diez escuelas de padres, a cada escuela asisten 40 padres de familia.
Sonia Quintero Serna obtuvo los reconocimientos a Mujer CAFAM 2010 y el XVII Premio Comfenalco a la Mujer por su entrega, amor al prójimo y la resocialización a los niños de la calle de la ciudad de Armenia.
Resultado de esto, algunas empresas del sector privado se han vinculado con la labor y en conjunto a sus colaboradores, se gestionan los recursos necesarios para el sustento de la actividad. Ella mencionó algunos, ya que el gobierno no les ha brindado la ayuda requerida:
La Central Mayorista dona las frutas y verduras. Almacenes EMO los granos. Mi Pollo dona la proteína. El Colegio Gimnasio Inglés dona recursos y voluntarios. Comfenalco Quindío el transporte de los niños en proceso de resocialización y La Fundación Little Changes ubicada en Huston Texas (Estados Unidos), les subsidia el pago del arriendo de la casa.
Sonia
“De tantas historias que han transcurrido por esta fundación, recuerdo con mucho cariño la de Sandra, una niña que conocí en las calles de Armenia. La mayor de 14 hermanos, quien a la edad de 9 años, ya consumía Bóxer” (pegamento utilizado en la industria. Éste es inhalado principalmente por los habitantes de la calle y tienen efectos psicoactivos). “Igualmente había sido abusada sexualmente por los padrastros que había tenido hasta el momento. Su madre era una recicladora con limitaciones cognitivas. Según relatos de los hermanos, ella no le prestó atención a lo sucedido y Sandra prefirió irse a la calle, porque allí encontraba más amor que en la propia casa”.
“La tuve en la fundación un tiempo, en el que le di el amor de una madre y le enseñé de Dios. En su rostro se veía la inocencia y la ternura, es blanquita y de cachetes rosados. La violencia que ha vivido no ha sido causa de sus decisiones y simplemente se queda callada, como muchos niños que viven esta realidad donde la mayoría de las veces nadie les cree y no se pueden defender”.
El desamor, los conflictos, la hambruna, la drogadicción y la desesperanza son los panoramas más recurrentes para estos niños. “Los niños de la calle suelen ser muy conflictivos. Crean una coraza para impedir que las personas les puedan hacer daño. Por esa razón no pueden vivir la niñez con la inocencia y la felicidad con la que la debería experimentar cualquier niño. El único método efectivo es el amor”.
“Ella tiene problemas de aprendizaje y de lenguaje. Fue muy difícil nivelarla para estudiar. Logró aprender a leer y escribir. Sin embargo a los diez años y medio su madre vino por ella y se la llevó”.
Ángela
“Me da mucha rabia acordarme de esa noche en la que me llevaron los del Bienestar. Yo tenía tres años y mi hermanita siete meses. Mi amiga les dijo que mi mamá era viciosa y que metía pegante tres veces al día, sabiendo que solo lo hacía en las noches. Yo sólo quería estar con ella y ese día nos separaron. En el Bienestar nos pegaban con cables porque nos portábamos mal y nos metían miedo para controlarnos”.
“Una vez mi mamá nos buscó y nos llevó a vivir con ella, yo tenía cinco y mi hermana Kelly dos años. Pero Bienestar nos volvió a encontrar y tuvimos que escaparnos con una amiga que tenía doce años, quien nos trajo a la fundación. Ella sí se fue, ahora tiene catorce años, está en las calles y embarazada”.
Los papás la visitan los domingos. Viven en Armenia, y en este momento la mamá se recupera de una accidente en el que la atropelló una motocicleta. Tiene cuatro hermanas y un hermano. Todos consumen drogas menos la mayor, quien conformó una familia y vive en Medellín.
Sonia
“El padrastro que tenía en ese momento Sandra, abusó sexualmente de ella. Era un señor que había cometido crímenes y lo metieron a la cárcel. La niña tenía casi once años y de este episodio quedó en embarazo. Los niños que son producto de una violación necesitan mucho amor, ya que por obvias razones son rechazados desde el mismo momento de la concepción”.
“Aquí cuidamos a Sandra durante su embarazo. A pesar de todos los sentimientos que pudiera tener esta pequeña niña sobre la situación, nunca la juzgue ni me detuve en tenerle lastima. En lugar de eso le inculqué a Dios, que debía seguir adelante y buscar soluciones”.
“El bebé no tenía la culpa de lo que había pasado, ni mucho menos ella. Pero el tema fue muy complicado, porque por la misma inocencia de la niña y sin saber exactamente qué había pasado, empezó a desarrollar un trastorno bipolar. A veces sentía que ella también había deseado que tuvieran relaciones sexuales y algunas veces lloraba recordando la violación”.
El único hermano de Ángela tiene quince años y producto de la violencia que se vivió en su casa, ha intentado asesinar a su padre en varias ocasiones. Los conflictos de su familia son muy grandes y por eso Ángela ha decidido que el mejor lugar para estar y crecer como una niña feliz, es la fundación. Allí tiene la posibilidad de soñar, de jugar y de compartir de una manera sana e inocente con otros niños, como debe ser. Quiere mucho a Sonia, quien le ha dado el amor que nunca había recibido.
“Antes de dormir Sonia juega con nosotros en la entrada de la fundación” ¡A la cuenta de tres, el primero de cada fila sale corriendo hasta donde está Miguel y se devuelven. El grupo que lo haga más rápido, será el ganador! “Cuando ella grita ¡ya!, todos salimos emocionados y jugamos como hermanos”.
En ese momento en la Fundación Sembrando Esperanza, no existe diferencia, pasado difícil o situación traumática. En ese instante son sólo niños.
Sonia
“Sofía es considerada por todos como una hija de la fundación. Ella nació aquí, es como la hermanita menor de todos. Mis hijas la adoran y como ella también tiene problemas de déficit de atención al igual que sus antecesoras, nos reunimos en torno a actividades que faciliten su aprendizaje. Jefferson me ayuda con sus ejercicios físicos, mientras que Ángela juega mucho con ella. Sofía es la alegría de la casa, la que nos une y nos hace reír a carcajadas”.
“La única que no la considera así, es su madre Sandra. Ella la ve como una niña más de la fundación y se ha ido a hacer su vida a otra parte. Ha conformado una familia a sus diecisiete años con un señor, con el que tuvo un niño que sí ve como su hijo”.
Sofía tiene seis años y su concepto de hogar es particular, ya que desde que nació, la Fundación es la única imagen de familia que tiene.
La pequeña Sofía abre su armario. Allí en una de las puertas se encuentra un recorte de un periódico, es una fotografía de muchas personas abrazadas entre sí. Ella dice: “esto es una familia de verdad”.

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Martes, 7 Junio 2016
TEXTO: ESTEFANÍA GUERRERO RAMÍREZ