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ANTOLOGÍAS

PRETENSIÓN

Karen A. López

No iba a parar de llover, se veía reflejado en el cielo, una capa negra de nubes que sostenían el agua sobre la ciudad  Francisco, California.Y no era para más, el clima había cambiado un poco desde que ella puede recordar. Tal vez no hace mucho. Tal vez ya bastante tiempo desde que su memoria ha ido perdiendo recuerdos, olvidando etapas que para ella no serían una sorpresa, llegar al punto de olvidarlo todo, nuevas caras, viejos amigos.

Camino a casa, los charcos de agua en la avenida Market Street cubrían los tobillos de Maddie. Era un sector concurrido los viernes en la noche, pero la lluvia hacia que cada vez menos gente estuviera reunida para tomar un café sintiendo el frío de la cuidad. No olvidaba el olor de la Pasta con calabacín y pecorino cuando pasaba frente al restaurante italiano donde había estado un par de veces, con un par de amigos que ya no recuerda, que ya no están.

Al llegar a casa, habitualmente se podían escuchar pasos suaves en el piso de arriba, pisadas que casi no se escuchaban, como cuando alguien está caminando en puntitas apresuradamente de un lugar a otro sin hacer ruido. Como si su madre no quisiera despertar a su esposo después de muerto. Maddie recordaba a su padre como un muerto más, al que había llorado por años y que frecuentemente recuperaba en sueños, un hombre que podía hacer que todo estuviera mal o bien en un segundo, pues tenía un temperamento fuerte y podía hacer que su hija y su esposa hicieran lo que él quisiera a su antojo, siempre a su antojo. Era un muerto más colgado en un cuadro en el salón de su casa; con un traje oficial del ejército sin más qué decir de él.

Así como su padre, el engaño era un recuerdo vivo y las pérdidas ya no eran un dolor irreparable. La tristeza que generaba la pérdida de un ser querido o la impotencia de estar sometida a un engaño, generaba más y más el deseo de estar viva para olvidar. Así pues, las secuelas eran los golpes que su padre había dejado en su cuerpo y en el de su madre, a su vez con cargas emocionales que ni ella misma sentía. Finalmente generaba el deseo vivo de olvidar lo que alguna vez había sido dañino física y emocionalmente.

La muerte de su padre fue el límite en la vida de Maddie, fue como despertar con una venda transparente sobre los ojos y darse cuenta que cada minuto que pasaba era valioso no porque pasaba y jamás volvía, sino porque así como pasaba, se podía dejar en el olvido sin remordimiento. Sin el remordimiento de levantarse una mañana con el deseo de olvidar momentos buenos que no vuelven, o quizá malos que con suerte o no, no se repetirían por mucho tiempo. Desde entonces su vida había cambiado y lo habitual se volvió inusual, los dolores más fuertes que venían disfrazados en muerte fueron penas livianas que de inmediato se superaban.

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