EN BUSCA DE LA TRANQUILIDAD
Sara Agudelo Agudelo
Otro día transcurre en la vida de Amanda Puentes Ocampo, una mujer de 56 años de edad, ama de casa, quien de nuevo amanece con los dolores punzantes que la acompañan desde hace ya 9 años. Desde aquel 16 de abril del 2007 su vida no volvió a ser la misma, todo empezó cuando se sometió a una histerectomía, una cirugía que le realizaron para extraerle miomas que habían en su matriz. Sin embargo de aquel procedimiento no quedaría sino sufrimiento y desdicha.
Transcurridos dos meses de aquel procedimiento, doña Amanda empezó a sentir dolores abdominales que aumentaban cada día más, por lo cual se dirigió al médico infinidad de veces sin obtener respuestas positivas de su estado de salud. En el año 2008 le hicieron exámenes que revelaron una hernia umbilical, pero ella no confiaba en ese diagnóstico, pues presentía que lo que tenía era mucho más grave, así que siguió buscando otras opciones para, según ella “descubrir la verdad”.
Inició un tratamiento a finales del 2008 en la clínica La Sagrada Familia de Armenia, allí le practicaron una laparoscopia, (técnica quirúrgica que permite observar el interior del abdomen), el resultado que éste procedimiento arrojó fue totalmente devastador e inesperado, y era que doña Amanda tenía en su interior un cuerpo extraño, fragmento de un instrumento quirúrgico que le habían dejado en su abdomen, en este examen no se pudo identificar cual había sido el objeto, ya que este había tomado carnosidad, el análisis asimismo reveló que su intestino delgado también había sido afectado por los médicos, pues se lo fisuraron y después se lo remendaron con un hilo, estando al tanto de que éste órgano no tenía nada que ver con el procedimiento.
Con este descubrimiento la señora Amanda inmediatamente interpuso acciones de tutela y demandas a los implicados del caso, primero al hospital San juan de Dios, a la entonces EPS Caprecom y al médico responsable de la cirugía el señor Jaime Fernando Montoya Barreto, un ginecólogo especializado en traumatología, quien actualmente tiene un consultorio en el norte de Armenia. Sin embargo, a pesar de todas estas demandas y acciones de tutela, Amanda no ha recibido respuestas positivas ni de los abogados ni por parte de los responsables del caso.

La señora Amanda tuvo una entrevista con el señor Jaime Montoya a principios del 2009, asegura que él, y otras personas la estaban persuadiendo de dejar el caso, le decían que los dolores que sentía eran psicológicos e incluso hasta la sometieron a un análisis psiquiátrico, afirma que antes de esto le dieron una pastilla llamada Rivotril (medicamento recetado para dopar a personas con ataques de pánico) pero Amanda no se la tomó y la botó, instantes después la empezaron a bombardear con numerosas preguntas, pero ella en su lucidez respondió todo bien, el resultado salió favorable para ella, aun así el ginecólogo no aceptó ninguna responsabilidad y la echó de su oficina, jamás la volvió a atender ni a contestar sus llamadas, porque según él “doña Amanda era una vieja loca desocupada”.
La salud de doña Amanda es un vaivén constante, dice que los dolores son insoportables, que no se los desea ni a su peor enemigo, asegura que son muy raros los días que no le dan los terribles síntomas, pero son muy felices para ella cuando pasan. Ella describe detalladamente lo que tiene que vivir casi a diario, me dice “mamita usted no sabe lo que es vivir así, todo el día es con esas punzadas en el estómago, con un desaliento, un escalofrió, y yo siento como si algo me halara por dentro cuando camino, además de eso yo no tengo ombligo, lo que me quedo fue un hueco vacío, a veces me sale materia y agua sangre de por ahí, también huele maluco”. Termina diciendo que considera que los responsables de su estado de salud deben responder y pagar por sus actos.
Es una mujer casada, ama de casa, con tres hijos mayores y ocho nietos, que no puede trabajar en vista de las circunstancias en las que se encuentra. Su esposo, también enfermo, trabaja cuando le es posible, por esta misma situación es que la señora Amanda tuvo que dejar un tratamiento que había empezado en el año 2012, unas terapias particulares que sus hijos le habían ayudado a pagar, para reducir los dolorosos síntomas.
Amanda alcanzó a tener cuatro sesiones de estas terapias que tenían un costo de 200 mil pesos cada una, por un lapso de cuatro meses, sin embargo la falta de recursos la obligó a dejar el tratamiento, los médicos le dieron un ejemplo de cómo había quedado su cuerpo con esa cirugía, dijeron, lo que hicieron con su cuerpo es como coger un jarrón partido en tres pedazos y volverlos a unir. Doña Amanda, decepcionada pero aún esperanzada en las respuestas de los implicados, seguía haciendo diligencias, hablando con abogados, su familia también brindaba su apoyo, pero todo esto fue en vano, así pasaron dos años más y todo seguía igual, su cuerpo más deteriorado.
Hace ya dos años que la señora Amanda no remueve el caso, se siente rendida y agotada de ver que en 9 años que han pasado, no ha habido ni una conciliación, ni una indemnización, ni siquiera una disculpa por parte de los responsables de su salud, se siente resignada a su destino, es algo con lo que ella ha aprendido a convivir, por más que desee no tener ese instrumento quirúrgico en su interior, ya es parte de su cuerpo. Y a pesar de todas estas adversidades, la señora Amanda sigue con una sonrisa en su cara, le gusta arreglarse y verse bien, asiste varios días por semana a la iglesia, es una fiel creyente, le gusta cocinar y es la adoración de sus hijos. Dice que no pierde las esperanzas de que algún día le den una solución a su problema y pueda volver a ser la mujer saludable que era antes de aquella cirugía.
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Lunes, 6 Junio 2016
TEXTO Y FOTOGRAFÍA: SARA AGUDELO AGUDELO