CRÓNICAS
EL DUELO: UNA HISTORIA UNIVERSAL
Valeria Clavijo Rengifo

¨Soñé que un poste me caía encima y me mataba¨, me dijo una noche de Abril, mientras estábamos sentados en un muro recibiendo el viento, antes de dormir. Con cara de preocupación, combinada con angustia, me dijo que no entendía por qué se soñaba eso; sin llegar a imaginar que días después esas palabras tendrían sentido.
Un dolor en el pecho a las 2:00 de la mañana lo despertó, pues se le pasaba al brazo izquierdo y era insoportable. Su esposa, quien con preocupación se despertó, le dio unas aspirinas para calmarle el dolor. Minutos después cuando su salud no mejoraba, le dijo a aquella mujer que tanto amaba, que iba a sacar el carro para que se dirigieran al hospital. Ella sin atender a lo que él le decía, decidió llamar a un taxi.
El dolor persistía en su pecho y brazo; con ése diagnóstico entró al hospital departamental San Antonio, de Roldanillo. Mientras era atendido por una joven doctora, quien estaba haciendo su año rural, Rodolfo sufrió un infarto, que marcaría el comienzo de su batalla por la vida.
Ya eran las 2:30 de la mañana, cuando todos los médicos de turno del hospital se centraron en él, para hacerle reanimación. Entretanto, afuera estaba su esposa, siendo supervisada por una enfermera para que no se fuera a desmayar, pues la noticia había generado en ella conmoción. En medio de lágrimas, ella llama a su sobrino, quien también es médico y le pide ayuda.
Rodolfo en medio de su dolor, se encontraba desesperado, no lograba entender qué le sucedía. En ese momento, a la pequeña sala en la que él se encontraba, llega su sobrino, el médico, quien acariciándole la cabeza le explica lo que sucede, le pide que conserve la calma y que confíe en él.
Quince pastillas le administraron ingerir, confiando en que ellas disolverían un trombo que se encontraba muy cerca a su corazón. Un trombo que causó asombro no sólo a él sino a toda su familia, ya que quince días antes en un chequeo general, se realizó un tac que le salió en perfecto estado.
Tres horas después de que Famisanar, su entidad médica, le autorizara la remisión a la unidad de cuidados intensivos más cercana al municipio, Rodolfo fue remitido a la clínica Mariangel de Tuluá. Allí llegó con su esposa y cuñada, siendo la última la más controlada para apoderarse de la situación. En esa sala fría, donde sólo su mujer y una cobija lo acompañaban, sufrió nuevamente un paro cardiaco.
Tres días seguidos, ya en Cali, intubado completamente, Rodolfo trataba de salvar su vida, pues su mujer y su hija, aquella que no engendró pero crió, le imploraban que no las dejara solas. Tres noches en las que su mujer permaneció en el suelo frío y curtido de aquella clínica, donde a la vez estaba supervisándolo por un cristal pequeño, que le permitía una escasa visibilidad, pendiente de que no le sucediera nada.
Sobarle los pies, el cabello, hablarle con ternura, decirle mil veces que lo amaba y que era fuerte, no dejarlo sólo en ningún momento, fueron de las últimas demostraciones de amor que Ana le entregó a su esposo. Orar mientras lo miraba, pidiéndole a Dios que no se lo quitara, fue la lucha de aquella mujer, mientras su ser amado sobrevivía a cinco paros cardiacos.
Valeria, su hija, no olvida aquel 29 de mayo, cuando una tía con miedo, casi que sin poder decirle, le contó que el médico les había dicho que llevaran a un sacerdote para que le aplicara los santos óleos. Ese día ella sintió que le arrebatan de sus manos a su padre.
Las noches se hicieron más largas que de lo habitual, para la familia Drada Rengifo, la incertidumbre y la esperanza los invadía. (Son dos sentimientos distintos). Esperar sentados hasta las tres de la mañana, confiando en Dios que Rodolfo se estabilizara para que le pudieran hacer un cateterismo, fue la situación de una de las noches que la familia vivió.
Aguantar un cateterismo después de cinco paros cardiacos, cuando la mitad de tu corazón ya está muerto, no es nada fácil. Poder extraer el trombo que había causado aquella pesadilla, era una gran victoria, una luz en tanta oscuridad; pues el diagnóstico de los médicos era que hasta ese procedimiento la vida de Rodolfo llegaría. La dicha no era completa, ya que debía pasar cuarenta horas cruciales, en las que su cuerpo debía empezar a responder para luego de ellas, desconectarlo de tanto aparato.
Fueron días críticos en los que se anhelaba regresar a casa, con ese ser que alegraba el hogar, que reunía a la familia siempre con sus asados, con sus alquileres de fincas, con sus paseos; con ese ser al que nunca se le veía triste.
Su cuerpo cada hora más hinchado, la mitad de su corazón sin funcionar, el movimiento leve de sus manos como muestra de que estaba vivo y consciente. Sentir y no poder siquiera abrir los ojos, fue la batalla que Rodolfo vivió, demostrando que el apego a la vida era tanto, que la muerte le tuvo que entrar por los pies, demorándose doce horas en llegar a su pecho.
El 01 de junio de 2014 a las 12: 10am, llega a la clínica Rey David, su hija a verle. Con los nervios alterados, espera a las afueras del lugar, a que un celador le permita ingresar a ver su padre. Cinco minutos después, el vigilantele dice a Valeria delante de varias personas, ¨El señor Rodolfo acaba de fallecer y ya lo están tapando para bajarlo a la morgue¨, palabras que jamás se borrarán de su mente por su crudeza.

Su deceso sucedió minutos después no sólo de la llegada de su hija, sino cuando su mujer en un acto de valentía, le dijo que si él veía una esperanza que por favor luchara, pero que si sentía mucho dolor se fuera a descansar, que “nosotras estaríamos bien”.
Encontrarse a su mamá en el suelo, en medio de un shock, fue lo que Valeria tuvo que vivir minutos después de la noticia, sin saber si ir a mirar a su padre que acababa de morir o coger a su madre, quien no reaccionaba ante la situación. Irse unos segundos y volver a reaccionar para llorar, fue la situación de su madre. ¨No sé qué pasó¨ fueron las últimas palabras que Ana le dijo a su hija, antes de quedarse dormida por completo.
Estar junto al ataúd el resto del día, fue lo que hizo Ana. Sus familiares le insistían que fuera a dormir, pues llevaba tres días sin hacerlo y era necesario. Ella con sus ojos hinchados, mirando al ataúd con amor y compasión, les respondía que no iba a ir a dormir porque ella no podía dejarlo solito. ¨Solito no¨ fueron las palabras que repitió constantemente.
Ese día no sólo murió Rodolfo, se fue con él gran parte de la alegría de su esposa e hija, esas que tanto cuidaba y amaba. El primero de junio la historia de la familia Drada Rengifo se dividió en dos. Empezó de cero en un lugar lejano al que era su hogar y ya sin un integrante, la figura masculina de la casa. La vida de Ana no volvió a ser la misma, pasó de educar en un colegio a niños, a visitar diariamente el cementerio, donde se encuentra aquel hombre que ella llama ¨el amor de su vida¨.
Ir al cementerio a llorar junto a él, a desahogar el dolor que sentía, a recordar al hombre que la había hecho tan feliz, era ya una obligación para Ana. Sin importar que lloviera o estuviera haciendo mucho sol, ella tenía que ir a visitarlo, a ¨no dejarlo solito¨.
Tener su tumba hermosa, pulida y aseada, como reflejo de lo que él era, con las flores que a él más le gustaba, ha sido desde entonces una gran felicidad para ella. Por eso no basta con que ella la cuide, también le paga al jardinero del cementerio para que siempre se la tenga impecable.
Ana y Valeria siempre recuerdan cuando Rodolfo viajaba 353 kilómetros para ir a visitarlas. Cuando se desplazaba cada veinte días desde la capital del país hasta el Valle del Cauca a verlas, a donde llegaba con regalos traídos por él de China y de los lugares que visitaba, para la que tiempo después se convertiría en su hija. Cómo olvidar cuando Rodolfo le dedicaba una canción a su amada, y ella la escuchaba varias veces al día, para luego cantarla con inspiración. ¨Tu amor por siempre¨ de Axel y ¨Bendita tu luz¨ de Maná, son las canciones que más recuerda con agrado de esa época.
Por todo esto, Ana se vestía todos los días de negro o blanco, pues reflejaba el luto que no sólo llevaba en su corazón sino en su alma, aquel que sólo le permitía salir al cementerio, para luego estar el resto del día en la cama llorando a ratos o durmiendo para evadir la realidad. Charlaba a ratos con el sacerdote que enterró a su esposo, le pedía consejos y ayuda para pedirle perdón a Dios, porque durante varios meses lo cuestionó por haberle quitado la vida al hombre que ella amaba.
La ropa, sus utensilios de aseo, su carro, son algunas de las cosas que Ana aún conserva de él; las cuida como si fueran su tesoro más preciado. No sólo guarda sus cosas materiales, pues también posee un sobre transparente que contiene por dentro cabello de Rodolfo. Este último y una foto, es lo que carga Ana en su billetera día a día.
Ana hoy recuerda con pasión todo lo vivido con su esposo y aunque se le llenan de lágrimas los ojos al pensarlo, no olvida que él fue y seguirá siendo su gran amor. Tiene muy presente la casa campestre que quería su esposo, grande, con frutales y piscina, aquella que estaba buscando días antes de su muerte. Ahora entiende que aunque él ya no esté físicamente, hay que volver a construir la casa.
Recuerda lo más hermoso de su relación, de su vida junto a él, pero cuando hablamos de su muerte, ella sólo agacha la mirada, mueve su cabeza indicando una negación y llora, para minutos después decir ¨No quiero hablar de eso, ese momento me hace mucho daño y trato de bloquearlo de mi mente¨. Aún llora como si fuese ayer que su esposo se hubiese muerto.
Hoy, faltando unos pocos días para que Rodolfo cumpla los dos años de fallecido, Ana se encuentra más estable de salud, rehaciendo su vida, haciendo lo que a él le gustaba, recordando que aunque el sacerdote le dijo que se estaba muriendo de pena moral, ella tiene un motivo para seguir, su hija, a la que le expresa que de no ser por la existencia de ella, no sabría qué sería de su vida.
El duelo es una condición humana que se vive de forma particular en cada ser, pero que tiene en común que a todos algún día nos toca, que de esa situación nadie se salva.
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TEXTO: VALERIA CLAVIJO RENGIFO
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