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Esa noche la luna estaba llena, brillante, hermosa. Parecía como si estuviera robando la luz de las estrellas para ella. La miré por un largo rato. No quería mirar otra cosa, nada más parecía merecerlo. Pero por un momento, solo un segundo, la luna pareció oscura y volvió a brillar. Al mismo tiempo, creí haber escuchado una voz, un murmullo que decía, cuidado. Entonces miré en todas direcciones para hallar a la persona que lo dijo, pero no vi a nadie diferente a mi papá.

 

Estábamos de campamento, mi papá y yo. El resto de mi familia vivía en otros países y mi mamá había muerto en un incendio cuando yo era un bebé. Esa noche, junto a mi papá, sentí algo que jamás había sentido, me sentí intranquila. Lo ignoré y la noche siguió. Al día siguiente teníamos que volver a casa.

 

Después de que mi mamá murió, mi papá salía con varias mujeres. En ese entonces, la mujer con la que salía se llamaba Victoria. Nos visitaba muy seguido y siempre traía algún obsequio para mí. La mayoría del tiempo traía dulces o pasteles, pero también solía llevarme ropa y zapatos. De vez en cuando yo pasaba la noche en su casa. Era cálida y de colores claros, era relajante, tranquila. Victoria parecía ser gentil y agradable, pero era peligrosa.

 

Dos días después del campamento, nos visitó en la tarde. Ese día, en su presencia, sentí la inquietud que sentí con mi papá aquella noche. Esa sensación, el sentimiento de peligro, venía de ella. Caminaba más cuidadosa y tenía una mirada de alerta. Siempre estaba junto a mi papá, acechándolo, rodeándolo con sus brazos para buscar su punto débil, rodeándole el cuello con sus manos fingiendo cariño pero con ocultas intenciones de ahorcarlo. Mi papá estaba en peligro y yo era la única que podía verlo y evitarlo.

Una semana después de su visita, un día miércoles, decidí que si nadie hacia nada por proteger a mi papá, entonces yo sí lo haría. La noche la pasé en la casa de Victoria. Su casa ya no era como antes, ahora era oscura, intranquila, amenazadora. Crucé la puerta para entrar…cuidado. Escuché otra vez el mismo murmullo de la noche del campamento. La noche que Victoria pasaría conmigo, sería su última noche.

 

Eran las diez, muy tarde para que una niña de once años aún esté despierta. Victoria me llevó al cuarto, me acosté sobre la cama, me arropé y ella cerró la puerta con una sonrisa siniestra. Ahora solo faltaba esperar. Afuera escuchaba pasos, el choqué de algunos platos y el sonido del agua corriendo por alguna llave. Tardó mucho tiempo en irse dormir. Cuando la luz que se filtraba debajo de la puerta se apagó esperé treinta minutos más y luego me levanté.

 

Salí en silencio del cuarto, fui a la cocina y abrí las llaves de la estufa sin encenderla. Su casa era pequeña, el oxígeno no tardaría mucho en acabarse. Pero no era suficiente. Podía enterarse, podía despertar para beber agua y percatarse que las llaves dejaban salir el gas. Entonces busqué las llaves de las puertas, cerré su cuarto y las deslicé bajo la puerta. Después de un rato, cuando me sentí que me quedaba si aire, encendí una de las velas que tenía Victoria en la sala junto a la ventana. Me aseguré de dejarla lo suficientemente cerca de la cortina, me dirigí a la entrada, entrecerré la puerta y me quedé afuera.

 

Cuando avisé a los vecinos, la casa ya estaba totalmente en llamas. Los bomberos no pudieron hacer otra cosa que extinguir las llamas para salvar las pocas cosas que quedaban, y Victoria, no era una de ellas.

 

Mi papá llegó al departamento de bomberos llorando y me abrazó.

-¡Ágata! ¡Estás bien! ¡No estas herida!

-Estoy bien, no te preocupes- y en voz baja le dije- Ahora tú también estás bien.

-¿Eh? ¿Qué dijiste?

-Nada, no importa- Lo miré a los ojos, sonrió con lágrimas en la cara y…

 

…Cuidado…

 

Otra vez. Sentí un escalofrío pasar por mi espalda. El sentimiento de intranquilidad no se había ido. Aún no había terminado.

Una semana después de la muerte de Victoria, nos visitó un hombre que jamás había visto. Se parecía un poco a mi papá, pero me incomodaba su presencia. Viniendo de él, el mismo sentimiento, Amenaza.

 

-Hola Ágata ¿cómo estás? ¿Te acuerdas de mí?- negué con la cabeza- Soy tu tío, Iván. ¿Dónde está tu papá?- miré hacia atrás y ahí estaba mi papá, Iván entró, me miró, sentí que no me quería ahí y fui a mi cuarto. Sin embargo, podía escuchar todo lo que decían.

-¿Cómo estás Iván? ¿Qué haces por aquí?

-¿Qué? ¿Acaso necesito una razón para visitar a mi hermano y más cuando está sufriendo? ¿Cómo estás?

“Él está bien”, me dije a mi misma.

-Estoy bien, no te preocupes.

-¿Y Ágata? ¿Cómo está ella?

“Perfecta. Gracias por preguntar”

-Ágata lo está tomando bien. ¿Cuánto tiempo piensas quedarte en la ciudad?

-Seis meses, tengo que arreglar algunas cosas pendientes. ¿Te molestaría si me quedara en tu casa por un tiempo? Solo es mientras consigo otro lugar.

“¿Seis meses? Eso es mucho tiempo ¿Y por qué se queda aquí? ¿Por qué no en un hotel? ¿Qué cosas tiene que arreglar?”

-Sí, claro. Puedes quedarte todo lo que quieras.

 

Cuidado…es como ella…

 

Ahora, lo que antes era un murmullo, se volvió fuerte, calmado y femenino. ¿Qué quería decir que era como ella? ¿De quién hablaba? Entonces pensé en Iván. ¿Por qué vino en un momento como este donde mi papá está más vulnerable? ¿Por qué se quedó en nuestra casa? ¿Qué tenía que hacer? Lo comprendí. Quería hacerle daño a mi papá y seis meses eran más que suficiente. Debía evitarlo, tenía que actuar antes que él.

 

Durante dos semanas quiso familiarizarse conmigo y yo no me opuse. Ten cerca a tus amigos y ten más cerca a tus enemigos. Salíamos a comer comida chatarra y helado, a veces salíamos con mi papá y otras veces solos. Pero ese día, un jueves en la tarde, solo salieron mi papá e Iván. Justo antes de que se fueran, me ofrecí para ir con ellos, pero no me lo permitieron.

 

-Por qué no vas a comprar tres latas de gaseosa y nosotros traeremos unas pizzas cuando volvamos. No tardaremos mucho.- Accedí a hacerlo, pero estaba inquieta, nada me aseguraría que volverían los dos.

 

Una vez volví a casa con las latas, tomé el veneno de ratas que había bajo el mesón de la cocina y rocié un poco sobre una de las latas de gaseosa. El veneno era líquido, así que esperé a que se secara, luego las guarde en la puerta el refrigerador. Las dos que estaban limpias, las dejé en la parte de arriba y la otra la dejé abajo.

 

Volvieron una hora después. Nos sentamos a la mesa y repartí las pizzas. Abrí el refrigerador y tomé dos latas. La de arriba se la di a mi papá y la de abajo a Iván, tomé la otra lata del refrigerador y continuamos con la comida.

 

Los días que siguieron, Iván comenzó a sentirse mal. Dormía mucho y se mareaba tanto que debía sentarse por un largo rato. Luego empezó a vomitar con algo de sangre. Dos semanas después de aquel jueves, Iván murió en la sala de urgencias. El diagnóstico fue intoxicación por raticida.

 

Había protegido a mi papá, toda amenaza había desaparecido. Pero las semanas que siguieron, mi papá dejó de ir al trabajo, no salía de su cuarto, no comía, no hacía nada. Había pasado un mes desde la muerte de Iván. No había visto a mi papá a pesar de que vivíamos en la misma casa. Una mujer vieja, que vivía en frente, venía seguido para cuidarme. Nunca me atreví a abrir el cuarto de mi papá, pero quería verlo, así que un viernes en la mañana decidí que lo vería, y al abrir la puerta del cuarto…

Cuidado…ellos lo tienen…libéralo…sálvalo…

 

No pude moverme. Vi a mi papá tendido en la cama, tenía los brazos y las piernas extendidas, la mirada perdida en el techo y ojeras que ensombrecían su rostro.

 

Cuidado…ellos lo tienen…libéralo…sálvalo…

 

Sabía lo que debía hacer, pero no quería hacerlo. Cerré la puerta y seguí el camino hasta mi cuarto. La anciana llegó, hizo la comida y se marchó. Durante todo el día no salí de mi cuarto, pero no dejé de escucharla.

 

Cuidado… ellos lo tienen… libéralo… sálvalo…

- No quiero- le respondí.

Cuidado… ellos lo tienen… libéralo… sálvalo… cuidado… ellos lo tienen… libéralo… sálvalo…

-Cállate-

Cuidado… ellos lo tienen… libéralo… sálvalo… cuidado… ellos lo tienen… libéralo… sálvalo…

-Cállate-

Cuidado… ellos lo tienen… libéralo… sálvalo… cuidado… ellos lo tienen… libéralo… sálvalo… cuidado… ellos lo tienen… libéralo… sálvalo… cuidado… ellos lo tienen… libéralo… sálvalo… cuidado

 -¡QUE TE CALLES!... no quiero hacerlo…no puedo.

 

Sabía lo que debía hacer, pero no entendía por qué debía hacerlo. ¿Quiénes lo tienen? ¿De qué debía liberarlo? Luego lo entendí todo. Victoria e Iván habían tomado el cuerpo de mi papá, no le permitían comer, hablar o moverse. Debía liberarlo de su sufrimiento.

 

El sol ya se había ocultado, volví al cuarto de mi papá, abrí la puerta y ahí estaba; en la misma posición de la mañana, solo que ahora estaba dormido. Salí y me dirigí a la cocina, abrí el cajón de los cubiertos y tomé uno de los cuchillos, lo observé y lo devolví a su lugar. Era demasiado grande. Busqué a mí alrededor y sobre el mesón, colgando de un pequeño gancho, vi unas tijeras. Eran pequeñas, brillantes y puntiagudas. Las tomé y volví al cuarto de mi papá.

 

Cuando me paré junto a él, vi su rostro. Se veía cansado, sus mejillas estaban cubiertas por una barba de días, tenía ojeras oscuras y los labios estaban secos. Lo miré por unos minutos y le dije – vas a estar bien.- Tomé las tijeras con ambas manos y las enterré en su cuello. De golpe, abrió los ojos y tosió sangre. Me retiré y me puse contra la pared. Él se paró, sacó las tijeras de su cuello y las soltó. Volvió su mirada a mí y en sus ojos vi gratitud. Comenzó a caminar, me estiró su mano, intentó hablar y calló al suelo. Me quedé observándolo por un momento y me acosté junto a él. Ahí terminé, acostada sobre el suelo, mirando hacia arriba, sonriendo porque había logrado lo que quería.

Leslie Vanesa Carvajal

Leslie Vanesa Carvajal

Leslie Vanesa Carvajal

BAJO LA LUZ DE LA LUNA

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TEXTO: PAULA ALEJANDRA SÁNCHEZ SALCEDO  

ILUSTRACIÓN: LESLIE VANESSA CARVAJAL CALLE

Jueves, 26 Octubre 2015

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