Las personas tienen miedos distintos, también umbrales de dolor. Algunas le temen a los bichos, otras al dolor que causan las agujas, otras a las tormentas o a las alturas y por otro lado, las que le tienen miedo a un odontólogo.
Hace 17 años Oscar Cardona no visita un odontólogo, por una razón que ni sus padres ni su hijo logran entender. La razón es miedo, pero no ese tipo de miedo que le da a un pequeño por las inyecciones, no. El miedo de él era algo distinto, era miedo a un aparato que aturdía sus oídos, un aparato que al sonar le destemplaba los dientes, le ponía la piel de gallina, le cambiaba el color a su rostro. Temblaba, y su cuerpo y manos se cubrían de sudor, ah, y por supuesto el dolor que le provocaba ese aparatico, era tan inaguantable que Oscar llegó al punto de solo pensar en su sonido, y aplicar una frase muy tradicional; “el dolor solo está en la mente” y que esto fuese suficiente para que éste en su subconsciente se calmara. El dolor llegó a tal extremo de hacerlo desvariar en repetidas ocasiones.
Maria Camila Valencia Martínez
APLAZAMIENTO DEL DOLOR

Instrumentos rotatorios utilizados por el doctor Rodolfo Godoy Delgado, entre estos, la fresadora.
Según el odontólogo Rodolfo Godoy Delgado, quien ese día habló minuciosamente de su paciente, aseguró que: “La dentofobia es una circunstancia en la odontología muy común porque durante toda la vida se ha manejado a nivel de hogar. Un principio de esto es que si no se toma la sopa lo llevo al odontólogo, sino se hace alguna cosa que se tiene que hacer el niño, le dicen que lo van a llevar a que le saquen los dientes, entonces desde ahí ya se viene dándole una información errónea a un niño sobre lo que es un procedimiento de odontología, y esto se va cultivando con los años e inclusoes más repetitivo este caso en los adultos ya que el paciente lo lleva a través del tiempo y no asiste a odontología por miedo a la relación, odontólogo con dolor”.
Y es que no era para menos el miedo y el dolor que tenía que sentir Oscar debido a ésta fobia, pues viene de tiempo atrás y donde los factores para que ésta fuera creciendo eran cada vez más: uno de ellos, el suceso que le ocurrió en su infancia cuando resultó con un dolor lacerante en un diente y sus padres lo llevaron donde un odontólogo, lo imborrable acá fue que aquel trauma se lo crearon a él todo porque ese día el doctor no le aplicó anestesia, argumentando que no era necesario y prosiguió a quitarle ese día su molar ya que según él estaba que se le caía. Dos, por las imágenes y testimonios que de niño sus abuelos le crearon en su cabeza, respecto a cómo eran los consultorios de su época: desagradables, opacos, sucios y con sus piezas de trabajo oxidadas. Tres, el no entender por culpa de ellos que por este tiempo ya existe la anestesia, y lo más importante que es necesaria para todo procedimiento quirúrgico, pues en la otra época estos métodos se realizaban sin ésta. Otro testimonio era que ataban a los pacientes a las sillas para poderle sacar los dientes ya que como era sin anestesia, se movían y tocaba recurrir a esto. Según el odontólogo Godoy, “En ese tiempo sí se sacaban los dientes sin importarle al odontólogo el dolor de las personas que lo estaban padeciendo”. Cuatro, miedo a volver a ese consultorio al cual lo llevaron siendo un niño y en donde el dolor lo carcomía. Cinco, miedo a la aguja y al estremecedor sonido de la fresa, dado que en aquella época trabajaba a pedal y olía a quemado cuando la utilizaban debido a que no salía agua de las unidades.

Instrumentos de mano. A la vista lo que tanto aclamaba Oscar, la anestesia.
Su fobia era cada vez más grande, y con ella iba creciendo su dolor. Por eso prefería seguir con lo mismo que tomaba para calmar su suplicio. Un ibuprofeno, pero ya no era una cada 9 horas, se habían vuelto más seguidas y él aun así las tomaba sin importarle lo que un día un médico general le había dicho, pues a causa de tanto antibiótico que estaba tomando los últimos meses, sus riñones ya se estaban deteriorando así como su dentadura también lo estaba haciendo. Pero a él eso no le importaba con tal de no tener que ir donde un odontólogo el cual veía como su enemigo, las seguía tomando. Con lo que no contaba era que ese día, el dolor otra vez le iba a tocar su puerta pero esta vez sería más intenso, tan intenso como el dolor que sintió después de un balonazo en sus partes nobles un día jugando futbol.
Miércoles 9 de marzo, 4 de la madrugada.
Siempre en la noche cuando el dolor sabe que todo está en silencio, que todos descansan, éste invade su muela. El medicamento ya no surtía el más mínimo efecto y sus lamentos no lo dejaban dormir. Oscar decidió tomar esa decisión que fue tan dura así como el día en que decidió irse de la casa de sus padres. Fue al odontólogo, recuerda muy bien que ese día llegó y volteó a mirar lo que sería su tormento, un letrero: Consultorio odontológico 302, Doctor Rodolfo Godoy Delgado.
Él seguía su camino, y a medida que se iba acercando, le parecía estar reviviendo aquellas imágenes que tenía en su cabeza, pero ya no había marcha atrás. De lejos escuchaba uno de esos mismos aparatos que tiempo atrás le había creado su trauma, ese sonido que lo abrumaba. Entró y notó que era un lugar muy distinto al que él visitó tiempo atrás: era cálido, tenía grandes ventanales, y su ambiente era agradable, además todos sus implementos se veían organizados, y de la manera que debían de estar estilizados, ah, y para su tranquilidad eran de esta época.
De entrada sintió un fresquito, se sentó, charló un rato con el doctor y Oscar solo le dijo: “proceda que no aguanto más este dolor, haga lo que tenga que hacer, y si es necesario utilice esa fresadora y también extráigame lo que sea”. El doctor le dijo: “No, esto tiene un tratamiento, acá se sacan dientes ya por últimas, veo que usted tiene un pensamiento erróneo respecto a lo que es hoy en día la odontología, todo ha ido evolucionando”.
Esa madrugada, en la que no lo dejaba dormir el dolor, y antes de tomar aquella decisión, Oscar se dio a la tarea de escudriñar por internet todo procedimiento odontológico. Pensaba en ese aparatico, y en si le colocarían anestesia para él no sentir nada. Lo primero que hizo cuando llegó a la cita fue preguntarle al doctor si le colocaría anestesia independientemente del procedimiento que le fuera hacer, a lo que Godoy le respondió: “Yo sé cuál es uno de sus miedos… se sabe que hoy en día, hay varios tratamientos que requieren de anestesia pero hasta de eso tiene que cuidarse uno, y más si está al frente de un dentofobico. Si la persona se la aplica de la manera que es al paciente, lo que hará el doctor en él es disminuir el dolor, la ansiedad y el miedo pero sino se la aplican adecuadamente ello hará que el paciente además de estar muy anestesiado empiece a sentir algunas cosas se descompensaría y ahí sí que nadie lo saca de ese círculo vicioso en el que su cabeza está”.
Con lo que le dijo ese día el doctor, Oscar de alguna forma sentía una cierta tranquilidad, pues un buen odontólogo o una persona que de verdad ame su profesión, lo primero que debe pensar es en el paciente, y que primeramente lo que se debe hacer es ganarse la confianza de éste, y compartiendo con él de sus conocimientos. Dice el doctor Godoy: “no solamente los odontólogos son lo que sacan muelas, abren huecos y sacan caries, no, es el manejo que uno como profesional de, en cómo haga las cosas y también la calidad con la que uno las haga”.
Las citas se volvieron seguidas, dos, tres veces a la semana él iba al consultorio, pues su problema lo requería. Oscar cada vez asistía con mayor motivación porque poco a poco el aspecto de su boca y de sus dientes cambiaba notablemente. Esto le ayudó hasta en su autoestima ya que debido a su dolencia, ésta lo llevaba a aislarse de las personas de su entorno, a alejarse en una comida familiar solo porque el aspecto de sus dientes no era agradable, o no poder tener una relación amorosa, porque las mujeres lo rechazaban.
Oscar tardó mucho para darse cuenta que era una persona infeliz pero bajo su propia voluntad. No se daba cuenta que a causa de esta fobia, hoy gracias a su doctor ya no la tiene, pudo volver a salir con su familia a un restaurante o algo tan esencial como hablar con una persona de cerca sin temor a que lo tilde. Encontró la persona que lo acompañaría por el resto de su vida, le devolvieron la esperanza y la sonrisa que años atrás se le había ausentado, pero que hoy ya prevalece.
TEXTO Y FOTOGRAFÍA: MARIA CAMILA VALENCIA MARTÍNEZ
Martes, 7 Junio 2016
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