A LA DERECHA DE LA PLAZA
Laura Victoria Arroyave Cardona
Camina mientras se toma el tintico de $400 que le compró a don Alberto y aprecia la arquitectura moderna y triangular de la catedral de la Sagrada Concepción, mira hacia la parte del cielo que apunta el Monumento al esfuerzo y por distraído, choca con uno de los niños que corren jugando a “la lleva” por todo el lugar. A su izquierda, personas posan para una foto disfrazados de caficultores y a su derecha, don Isidro le lustra los zapatos a don Cristobal. Lo que no sabe, es que en medio de esa plaza, hace 114 años se reunieron cerca de 3000 personas a ser testigos del primer y único fusilamiento en la historia de Armenia.
El 10 de abril de 1902 a las 3 y 15 de la mañana el Coronel guerrillero Miguel Antonio Echavarría irrumpió en Armenia y masacró a «peinillazos» a un grupo de políticos conservadores y a sus familias mientras dormían. No tuvo piedad incluso por aquellos que en su desespero negaron sus principios y se autodenominaron liberales hasta la muerte, no tuvo piedad por las mujeres y niños que veían los dedos de sus padres caer y luego sus brazos y su cabeza y toda esa sangre. Manuel Vallejo, Juan Jurado, Carlos Barrera Uribe, don Eliseo Hincapié, don Emilio Toro, sus hijos, sus familias. Todos asesinados brutalmente por Echavarría y sus 60 compañeros guerrilleros.
Según un pequeño relato titulado «El Fusilamiento», que escribe Alfonso Valencia Zapata, la primera casa a la que el coronel entró fue la de Laureno Barrera y allí encontró a su yerno Manuel, a quién pidió que se identificara.
«Manuel Barrera, muy liberal», contestó el otro pensando que quizá el apellido de su suegro era menos conservador que el suyo, Vallejo.
Al coronel el dato le sirvió para confirmar que había entrado en la casa correcta, que su lista de apellidos estaba bien, que había entrado en una madriguera llena de ‘godos’ y funcionarios públicos, así que en efecto, no le creyó ni una palabra y le «sampó» el primer peinallazo en la cabeza. Manuel corrió junto con su hermana Rosa escaleras arriba y se encerraron en una de las habitaciones, el coronel destruyó la puerta a culatazos. Manuel Vallejo esperó su muerte de rodillas y con los brazos cruzados, que terminarían tirados en el piso, separados de las otras partes de su cuerpo.
El coronel Echavarría, al parecer no fue siempre un tipo tan retorcido y sanguinario. Según lo que cuenta Antonio Gómez, un coronel del insurrecto ejército liberal que estaba detenido con él en Cartago e hizo una especie de biografía, Miguel Antonio no era un hombre ilustrado y leía torpemente. Era conocido por comedido, por diligente y era mimado por la sociedad central de Buga, una partida de conservadores, que le regalaban ropa y comida.
En general, tenía buen corazón, era noble y valiente hasta el cansancio. Se había hecho liberal, cansado del poder mal repartido. Don Antonio: «yo tenía un corazón generoso, tierno y compasivo hasta que mis gratuitos enemigos me lo hicieron formar en malo o, más claro, cuando vi que a la sombra de una bandera, aquellos a quienes yo no les había hecho mal, me arruinaron», le comentaba.
A pesar de no ser un hombre intelectual, se forjó unos ideales fuertes, se convirtió en un líder para su comunidad y siempre se justificaba diciendo que sus actos no eran ni la mitad de lo perversos que los de los conservadores. Había que acabar con todos los ‘godos’, incluso con sus hijos, porque eran godos en proceso y si él no los mataba, ellos iban a matar a más liberales.
El coronel tenía orden de tomarse Armenia, porque se estaban quedando sin tiempo. Era casi el final de la guerra de los mil días y tenían que acelerar sus planes para reconquistar el poder en la región. Hacía 20 años que Armenia, por entonces una aldea, estaba a la suerte de los conservadores y el poder tenía que redistribuirse.

En la madruga del 10 de abril, Echavarría y su gente partieron con dirección a Calarcá en busca de refugio, pero un mal de estómago lo doblegó y tuvo que parar y esconderse en los montes cercanos a Armenia. Como era de esperarse, no faltaron los informantes que avisarían de su paradero y desde Armenia se envió una comisión con órdenes de capturar a Echavarría vivo, después de algunas bajas y un combate que duró hasta más allá del medio día, Echavarría terminó capturado. Lo expusieron cual trofeo unas horas en lo que hoy es el aeropuerto El Edén y después lo trasladaron a Caicedonia, donde conoció a Antonio Gómez y fue sentenciado a muerte. Sin embargo, en ese punto de la guerra, los fusilamientos se habían suspendido por decreto, la gente de Armenia hizo oídos sordos a la ley y se escampó en la que sí los permitía, después de todo era una ley fresca y este era un caso particular.
Al coronel se le dispuso una pequeña habitación con un catre y una mesa de noche en una de las capillas con el fin de que expiara sus pecados y se confesara. Allá pasó tres días, que según Luis Vera, su guardián, se la pasó meditando y besando un crucifijo, casi sin dormir. El sacerdote entraba dos veces al día y conversaban. En una de las charlas decía: «Sé que voy a morir, pero estoy preparado para el trance porque me he arrepentido y confesado; en cambio ustedes no saben en qué condiciones los va a sorprender la muerte».
La mañana del día de su muerte lo vistieron con una túnica negra, escuchó con devoción una misa y lo trasladaron a la plaza de Bolivar donde se habían conglomerado más de 3000 personas a presenciar su muerte. Lo hicieron caminar al ritmo de la marcha fúnebre en medio de la multitud hasta llegar al banquillo levantado sobre un tablado en el lado derecho de la plaza, donde hoy don Isidro le lustra los zapatos a don Cristobal.
De acuerdo con lo investigado por Jorge Hernando Delgado en su libro «Asalto en Armenia y fusilamiento del Coronel Echevarría», Miguel Antonio no quería que lo vendaran, quería ver a sus verdugos a los ojos, quería ver a sus jueces a los ojos, al pueblo que lo condenaba. Contra su voluntad, sus ojos fueron cubiertos y entre sátiras condenó esta sentencia como un acto de cobardía.
«Pido perdón a los que haya ofendido y perdono de corazón a los que me ofendieron. Mi cuerpo muere hoy pero mis sueños serán realizados por mis compañeros de lucha tarde o temprano. Hoy, el pueblo por el que estuve dispuesto a morir y matar, me condena. Adiós, queridos hermanos. Me voy para la eternidad».
Sonó una descarga de tiros y su cabeza perdió firmeza. Se escucharon llantos y aplausos y la plaza se fue desocupando, en silencio.
TEXTO: LAURA VICTORIA ARROYAVE CARDONA
Martes, 7 Junio 2016
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