Con el peso en los hombros

Imagen tomada de www.unsplash.com
Cuando en segundo semestre de mi carrera se propuso como trabajo final en clase de
prensa hacer un perfil, el primer nombre que se me vino a la cabeza fue el de Julieth
Jiménez Palechor, quien en ese entonces con tan solo 17 años, ya había cosechado grandes
triunfos como deportista haciendo halterofilia, como el título de campeona suramericana,
además de la medalla de plata en el Campeonato Mundial Sub 17 en levantamiento de
pesas, entre otros títulos locales y nacionales.
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Precisamente en octubre del 2016, fecha para la cual estaba programada la recolección de
información y posterior entrega del trabajo, Julieth estaba en concentración para dirigirse a
Malasia, por lo cual fue imposible que me diera unos días de su tiempo para hacer las
entrevistas que necesitaba, debido a esto terminé haciendo el ejercicio sobre un habitante de
la calle.
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Casi seis meses después para el segundo nivel de prensa, tuve la oportunidad de hacer una
crónica y nuevamente el nombre de Julieth me rondaba la mente. Durante muchos años se
consideró que los deportes que involucraran fuerza eran únicamente practicados por
hombres, sin embargo hoy por hoy las mujeres están haciendo su parte y dejando claro, que
no somos el sexo débil, y que en cuanto a lo deportivo, las colombianas están atravesando
por el mejor momento, siendo exitosas y dando ejemplo, sin dejar de ser mujeres.
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De Julieth me llamaba la atención no solamente el hecho de ser mujer y estar tan interesada
en la halterofilia, sino cómo a tan corta edad se podía ser subcampeona nacional infantil y
juvenil, campeona nacional sub 15, sub 17 y sub 23, segunda en mayores, campeona
panamericana y suramericana sub 17, segunda a nivel mundial y como si fuera poco, ser
hija, hermana mayor, amiga, niña, pre- adolescente y adolescente, teniendo en cuenta la
exigencia del deporte para lograr cada una de estas metas.
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Se concretó la cita para el último viernes de abril de este año. La idea era poder entrenar
con ella, por lo cual ese día apenas salí de clases, empaqué mis guantes, me puse los tenis y
me dispuse a esperar que fuera la hora de salida. Pasado el mediodía, recibí un mensaje en
el que decía que el entrenador de Julieth, Carlos Hernán Andica, -también deportista y
medallista, que está encargado actualmente de la Liga Quindiana de Levantamiento de
Pesas- tenía una cita con el gobernador del departamento por lo cual el gimnasio no iba a
estar abierto por ende los deportistas no iban a entrenar ese día.
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Después de pedir disculpas por lo sucedido, establecimos una nueva cita para el lunes
siguiente, cita que por motivos de fuerza mayor no se pudo cumplir, pues el primo de
Julieth fue asesinado el sábado anterior cerca a su casa. En ese momento pensé en la
fragilidad de la vida y en cómo aunque es solo una persona la que se va al morir, se lleva
una parte de las personas que se quedan. Sentía lástima por lo que le sucedió a ella, pero
también sentía pena y me preocupaba que se acercaba la hora de entregar la crónica y no
tenía nada, lo peor era sentir que no podía hacer algo al respecto, pues no dependía de mí.
Le escribí a Julieth que lamentaba lo que había pasado, sin embargo me tragué la vergüenza
para pedirle nuevamente una cita, a lo cual ella accedió y me pidió disculpas al postergar
tanto el encuentro. “El miércoles vuelvo a la liga. A las 3:30pm empiezo a entrenar” sin
saberlo esas palabras fueron luz para empezar a construir mi trabajo.
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Las últimas semanas los sacos y las chaquetas han sido la prenda más usada por los
habitantes de la ciudad, pues han sido días de lluvias incesantes en Armenia. El miércoles
como de costumbre yo iba a clase de fotografía a las 7am, el día estaba oscuro y frío. Antes
de esa hora empezaron a caer gotas de agua, que se prolongaron hasta pasadas las doce del
día.
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A las dos de la tarde estaba dispuesta con mi sudadera gris, la blusa de huequitos y los
tenis negros, esperando cualquier cosa que pudiera pasar, tal vez predispuesta a que la
experiencia esta vez tampoco se pudiera dar. Finalmente hablé con ella y me confirmó hora
y lugar.
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Para ir hasta el Parque Cafetero donde está ubicado el gimnasio, abordé un bus que me
llevó primero a hacer un recorrido por sectores de la ciudad que son vulnerables, pues en
barrios como El Santander, La Miranda, y los alrededores de la 30, es normal ver a
cualquier hora del día desde consumidores de estupefacientes, hasta ladrones y
expendedores de droga.
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Finalmente me bajo en la esquina de la acera de enfrente del Cafetero y como cruzando una
pista de obstáculos, me encuentro con skaters y bikers, que de no estar atentos podrían
embestir a cualquiera que caminara por este sector, este espacio se llama Skatepark de
Armenia, cuenta con distintas rampas elaboradas en cemento para que los jóvenes
practiquen deportes extremos.
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Al fondo hay una especie de garaje, solo está abierta la puerta del centro, yo entré y me
encontré al frente con una pared roja que abruma a simple vista, sumada a otras dos a los
lados del mismo color. El muro del centro, tenía una pesa de color naranja y amarillo hecha
en icopor y una larga fila horizontal de medallas colgando de la pared; bajo éstas, había un
tablero con números, porcentajes y nombres; al lado izquierdo, un mapamundi enmarcado
como si se tratase de una obra de Van Gogh, bajo éste cinco fotos del deportista Carlos
Andica y como si lo menos importante fuera el nombre de la liga que representan en las
competencias a nivel nacional, el pendón con “Liga Quindiana de Levantamiento de Pes”
en la parte final de la misma pared, las últimas dos letras ni se alcanzaban a ver porque
estaban detrás de un par de hojas blancas impresas con información de Fedepesas.
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-Buenas tardes. Bien pueda siga, ¿A quién necesita? Me dice uno de los dos hombres y las
cuatro mujeres de entre 15 y 22 años que encuentro en el lugar.
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-Buenas, gracias. Estoy esperando a Julieth. Le respondo yo, a lo que Jhonny Andica,
hermano de Carlos insiste –entre y siéntese aquí mientras tanto, señalándome un sofá.
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A las 3:42 por fin llega ella. 1.48 de estatura; tez morena; cabello medio largo, lacio y
negro, parecía recién bañada; su espalda es ancha y sus piernas grandes. La única vez que
había tratado con Julieth en persona había sido el año pasado, por lo cual no creía que me
recordara. Ella llegó, siguió derecho y no me miró. Enseguida Jhonny la detuvo y le dijo
que yo la estaba buscando, ella se devolvió con una sonrisa que le ocupa gran parte de su
rostro, mostrando sus dientes grandes y sus brakets de color negro, me dio la mano y me
dijo hola, mucho gusto. Empezamos a hablar y me dijo que había iniciado en la halterofilia
porque su mamá no quería que estuviera por ahí en la calle, “yo siempre he sido muy
hiperactiva, yo estudiaba en las mañanas y por la tarde hacía oficio, arreglaba alguna cosa y
cuidaba a mis hermanos. Después de terminar todo eso yo quedaba como <<¿qué hago?>>”.
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Hablamos aproximadamente media hora, me dijo que iba a hacer “el plan” y que después
de eso hacíamos unos ejercicios. El plan, es lo que el entrenador de Julieth y de otros cerca
de 48 jóvenes y niños establece para el trabajo de toda la semana, algo así como un
cronograma, teniendo en cuenta la categoría y las necesidades de cada uno de ellos.
Yo me senté en el sofá como me había dicho Jhonny cuando llegué. Al frente de donde yo
estaba sentada, vi al fondo una estantería vacía que servía de adorno porque las mil cosas
que deberían estar en ella, estaban en el piso, cubiertas con un polvo blanco –magnesio-
que se aplican los pesistas en las manos para poder tener un mejor agarre de la barra.
Empecé a hablar con Carlos que estaba trabajando en su computador y desde ahí
observábamos el esfuerzo de los chicos que estaban en el lugar, hablábamos de los triunfos
y de los beneficios que traía practicar esta disciplina que involucra en cada movimiento la
funcionalidad de la gran mayoría de músculos en cada repetición. Me explicaba que el
cuerpo tiene más de 600 músculos, si se aprende bien una técnica, ejecutando un envión por
ejemplo, -uno de los movimientos principales de esta disciplina- en menos de 30 segundos
se está movilizando todo el cuerpo, por lo tanto se queman más calorías y se gana más
fuerza.
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Todos allí sabían lo que tenían qué hacer y cómo lo tenían que hacer. Cada uno tenía un
lugar de trabajo, compuesto por un rac, que es un elemento de hierro donde se descarga la
barra con sus discos, una especie de tapete que cubría el suelo para no dañar las baldosas
cuando en un movimiento, los brazos o las piernas dicen “no más” y dejan caer la barra con
fuerza, en la parte de atrás contaban con una banca, la cual se convertía en lugar de
descanso o meditación cuando no se lograba llevar la barra por encima de la cabeza
después de hacer un gran esfuerzo.
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A mí me parecía particular que ese día estuviera viendo más mujeres que hombres
entrenando, pero el ambiente era familiar, se sentía en el aire pasión y sobre todo apoyo,
“Dale, dale dale”, “aprete el abdomen y suba” “¡Vamossssss!” expresiones como estas,
demostraban que unos compañeros respaldaban y se emocionaban por los logros de los
otros. En el segundo rac estaba Julieth, apretando sus labios y levantando más de 170 libras,
lo que yo no he levantado en toda mi vida ni siquiera ayudándole a mi mamá con las bolsas
de mercado o empujando mi moto.
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Julieth terminó su rutina y se acercó al sofá a decirme que ya estaba lista.
Compartimos el espacio de trabajo y empezamos a hacer movimientos articulares para
calentar muñecas, brazos, piernas, espalda, cuello y cadera preparándonos para poder
empezar a hacer ejercicio.
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Empezamos haciendo sentadilla simple, haciendo énfasis en la espalda recta y la cola hacia
atrás, en la décima repetición yo ya estaba pensando en que ojalá fuera lo primero y lo
último, pues hace más de un año que yo no hacía actividad física y eso se veía reflejado en
el cosquilleo que sentía en la parte trasera de las rodillas.
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Hicimos “envión” con la barra de 37 libras, que consistía en hacer un movimiento hacia
arriba halando la barra desde el piso hasta los hombros en un tiempo y en un segundo
tiempo se llevaba desde los hombros hasta tenerla por encima de la cabeza con los brazos
totalmente extendidos. Yo, que sudo tendiendo mi cama, durante esos cerca de 40 minutos
sentía cómo los tobillos me hormigueaban y las gotas de sudor me caían por la sien.
Agradecí el tiempo que me regaló Julieth y me fui pensando que el esfuerzo y la dedicación
siempre dan buenos frutos. Dos días después las piernas me seguían doliendo para
sentarme, para pararme y para subir escaleras dolían un poco más que para bajarlas. Cada
vez que sentía ese dolor, recordaba todo lo que tuvo que pasar Julieth para llegar donde está
y pensaba que todos tenemos un talento, todos somos buenos para algo, la tarea es
encontrar el factor que determina la vehemencia con la que se hacen las cosas: la pasión.
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Por Luisa María Daza Vélez
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